El 7 de España

A propósito de una pregunta que ha planteado estos días el Diario As en Twitter sobre cuál ha sido el mejor 7 de la Selección Española de fútbol, y con el objetivo de aclarar un poco el asunto, subo este pequeño relato que ya publiqué en otro medio hace más de diez años.


Se lo cambié a mi primo por el 10 de Argentina cuando el 10 de Argentina era Maradona, cuando Maradona era Maradona. Entonces yo era un crío y su pequeña figura me acompañó en horas y horas de juego. Una de mis diversiones favoritas era organizar partidos de fútbol con porterías hechas de tente y una canica por balón y él, por supuesto, era un fijo en todas mis alineaciones. El resto del equipo sí solía rotar y, a veces, quitaba al astronauta y ponía en su lugar al cazador, o colocaba como mediocentro al soldado del ejército coreano en sustitución del gladiador. O daba descanso en defensa al hombre rana y sacaba en su puesto a Frankenstein, que no tenía mucha movilidad pero imponía lo suyo. Ya digo, todos rotaban menos él, que jugaba partido tras partido sin acusar el cansancio. Sin lesionarse. Sin quejarse del calendario. Sin exigir primas por objetivos. Sin más doping que el que le proporcionaba la imaginación de un niño.

Tras cada partido regresaba con la demás cuadrilla a su gran caja de cartón, e imagino que allí comentaría con los otros las jugadas más interesantes, comparecería en rueda de prensa, alternaría con los ejemplares de sexo femenino o entrenaría para el próximo partido. O quizá simplemente permanecía allí inerte esperando que unas manos infantiles volvieran a darle vida, qué sé yo.

El caso es que poco a poco el tiempo fue pasando y fue menguando el número de partidos hasta que un día se jugó el último, aunque yo entonces no sabía que era el último. Lo viví como si se tratara de otro cualquiera y al acabarlo, sin más trauma, guardé a todos los jugadores en su gran caja de cartón -incluido nuestro protagonista- sin saber ellos que no volverían a salir nunca ni saber yo que al cerrarla esa vez cerraba una etapa de mi vida.

El otro día volví a verlo. Buscando, no recuerdo qué, encontré la gran caja de cartón que mi madre todavía conservaba. Supongo que las madres guardan esas cosas pues se resisten a deshacerse del todo de los niños que una vez tuvieron por hijos, como si guardándolas mantuvieran con ellas el espíritu del niño que ya no lo es. Encontré la gran caja de cartón, digo, y al abrirla me reencontré con toda la panda: con el astronauta, el hombre rana, el cazador, el soldado del ejército coreano, Frankenstein,... Y ahí, al fondo, enfundado en su camiseta roja, estaba él, aún en plena forma a pesar de tantos años. Fueron tantos los recuerdos que me trajo que lo rescaté y le hice un sitio en mi casa de hombre adulto. 

Ahora cada vez que lo veo se me pierde la mente a mitad de camino entre la felicidad y la añoranza, porque hasta el mejor recuerdo se embadurna con una pátina agridulce al pensar que ya es pasado. Y hablando de recordar, también me acordé del debate que hubo no hace mucho sobre si el 7 de España era Raúl o era Villa. Pues ni uno ni otro. Para mí sólo hay un legítimo 7 de España, y es aquel que lleva vistiéndolo desde que Maradona era Maradona, aquel que fue durante tantas horas mi fiel compañero de juegos, aquel que se batía el cobre en partidos interminables y marcaba en porterías de tente con una canica por balón. El auténtico 7 de España vive en mi casa y es este:


Texto: Pedro Rodríguez

Publicado por primera vez en Nosoloefesé en abril de 2011

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