viernes, 22 de septiembre de 2023

El césped (Mario Benedetti)

Mario Benedetti, el gran escritor uruguayo, era una apasionado del fútbol. Hincha de Nacional, en los años 40 trabajó como cronista deportivo en un diario montevideano, y más adelante jalonó su obra literaria de varios hitos futboleros en forma de cuentos. Uno de ellos es El césped, publicado en 1989 dentro de su libro Despistes y franquezas, que reúne cuentos, poemas y textos, en general, de toda índole sobre la naturaleza humana.  . 

El Césped cuenta la historia de Benjamín Ferrés, el Benja para la hinchada, joven delantero de un club humilde de la Primera A uruguaya, y Martín Riera, guardameta del club rival. Son grandes amigos desde que jugaban en juveniles. A Martín le vienen observando clubes europeos para un posible fichaje, y se rumorea que en el próximo partido, que enfrentará a su equipo con el del Benja, habrá ojeadores “de modo que cuando te enfrentes al arco pateá con ganas así me luzco”, le dijo a su amigo cuando supo la noticia. Ese sería el último partido para ambos.

En este relato, tan breve como duro, Benedetti despliega su sensibilidad habitual y utiliza un fenómeno de masas para hablar de algo íntimo, moviéndose magistralmente desde lo más público a lo más personal, en este caso, a las esperanzas, la amistad y su delicado equilibrio.

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martes, 19 de septiembre de 2023

Necesito del mar

Necesito del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navíos.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.

 Pablo Neruda


 Fotografía: Gretchen Avilés (El Campello, Alicante, España, 2023)

jueves, 14 de septiembre de 2023

María Blanchard, la dama española del vanguardismo

En un contexto dominado por hombres, como era el arte de vanguardia de principios del siglo XX, María Blanchard (Santander, 1881 - París, 1932) fue toda una pionera. A lo difícil que resultaba abrirse camino en un mundo eminentemente masculino habría que añadir su propia discapacidad, ya que debido a un accidente de su madre durante el embarazo tenía una deformidad en la columna que le hizo objeto de burlas durante su infancia y le afectó psicológicamente. Y, pese a todos esos obstáculos, fue capaz de hacerse un sitio en el ambiente de Montparnasse y de ser reconocida por su compromiso con la modernidad. Su dolor y el sufrimiento de los personajes que representó en sus lienzos fruto de su padecimiento físico psíquico, permitió establecer un paralelismo entre su trabajo y el de la mexicana Frida Kahlo.

María Blanchard en 1909
 

Blanchard llegó a París por primera vez en 1909. Enseguida entabló amistad con la artista rusa Angelina Beloff, con la que viajó a Londres y Bélgica, donde coincidieron con el marido de esta última: Diego Ribera. A la vuelta a París los tres comparten piso y estudio y poco después Blanchard descubre el cubismo.

Al estallar la I Guerra Mundial pasó un tiempo en España. en donde Ramón Gómez de la Serna la incluyó, junto a Diego Ribera, en la exposición de marzo de 1915 Los pintores íntegros, celebrada en Madrid. "María Gutiérrez [Blanchard] será siempre una sorpresa . En cada uno de sus cuadros hay una semilla distinta siempre . Ella sabe profundamente lo que hace, y por eso siempre es un poco sarcástica, y pinta como si sentenciase llena de una imparcialidad y de una Justicia superiores. En estas cosas que presenta, hay casi una contradicción que obedece a que María Gutiérrez ama de dos maneras distintas las cosas, pero con el mismo rigor y con la misma intensidad. En lo que ella llama «naturaleza muerta», hay un infinito de cosas pintadas conjuntamente, escogiendo de una la arista convincente y de otra el mango, sobre tal cantidad de pequeños planos y tan numerosa profusión de clarosobscuros que adquiere cierta confusión el lienzo, aunque mirándolo con la paciencia que se debe, es claro y fácil el inventario. En sus otras cosas, hay tal obsesión de lo que son, que se imponen exaltadamente" escribe Gómez de la Serna en el catálogo. La muestra supuso un escándalo mayúsculo para la rancia sociedad española del momento.

En 1916 viaja de nuevo a París y se establece allí definitivamente. Inicia entonces una decisiva etapa cubista que la llevó a trabajar de igual a igual con su compatriota Juan Gris y otros nombres importantes del movimiento. De hecho, por aquellos años, las tertulias de los cubistas terminaban siempre en el taller de la Blanchard. La artista desempeñó un papel determinante en las elaboraciones doctrinales del nuevo cubismo y, asimismo, desarrolló un afecto fraternal y cómplice con Juan Gris que jamás se truncó.

Su obra evolucionó desde un primer cubismo con elementos figurativos que la situaba cercana a Diego Ribera, hacia un cubismo más sintético y próximo a Juan Gris. Sus trabajos llamaron la atención del galerista de LÈffort Moderne, que la contrató en 1916. En ese mismo año su obra fue expuesta en la exposición El arte moderno en Francia junto a consagrados como Matisse y Derain y otros por consagrar como Modigliani y Leger. En esta exposición, por cierto, se exhibió por primera vez Las señoritas de Avignon.

Tras el armisticio Blanchard colgó su primera exposición individual. En 1920 fue elegida para la  exposición Cubismo y Neocubismo, que se presentó en Bruselas, junto a Picasso, Braque, Severini, Ribera y otros. Ese mismo año participó en la mítica muestra de la Sala Dalmau de Barcelona Exposición de arte francés de vanguardia. Con estas obras no sólo cosechó el éxito, sino también el reconocimiento de la crítica y de otros artistas. 

Sin embargo, ya en 1919, y mientras en París no dejaban de sucederse las propuestas radicales de dadaístas y surrealistas, Blanchard se adscribió al movimiento denominado Retorno al orden. Su arte evolucionó para regresar a la figuración, aunque subyacera la estructura geométrica cubista. Fue un giro que a su marchante no le gustó nada, lo cual obligó a Blanchard a transitar un camino de penurias económicas.

La comulgante, María Blanchard, 1914
 

En 1921 envió una impactante obra al Salón de los Independientes: La comulgante, que actualmente podemos admirar en el Museo Reina Sofía de Madrid. En ella el sufriente rostro ocupaba el centro de la composición y surgió como una revelación. Su exposición constituyó un éxito casi escandaloso. No había crítico que no celebrase en términos entusiastas esta revelación. En esta obra, el rito de paso de la Primera Comunión se manifiesta como pureza rota a través de los blancos que no acaban de ser ni de dar forma. Blanchard alcanzó su plenitud artística en esta época, en la que creó importantes y abundantes obras que poseían un acento inconfundible, como La convaleciente.


En 1927 la muerte de Juan Gris afectó profundamente el ánimo de Blanchard. Sus cuadros de esa época redundaron en una iconografía melancólica y poética en la que, por debajo de la técnica, subyacía el dolor y un profundo sentido de la realidad. Su salud se vio deteriorada por la tuberculosis y buscó consuelo en la religión. No dejó de pintar y mantuvo a varios miembros de su familia en París, lo cual le proporcionaba alivio emocional pero también agobio económico. La crisis mística de Blanchard vinculó su faceta más figurativa con las corrientes primitivistas de la modernidad. 

Blanchard murió en París en 1932. En su necrológica se pudo leer lo siguiente: “El sitio que ocupaba en el arte contemporáneo es preponderante. Su arte, poderoso, hecho de misticismo y amor por la profesión, la convirtió en uno de los auténticos artistas de nuestra época. Su vida de reclusa y enferma contribuyó, por otro lado, a desarrollar y a agudizar una de las más bellas inteligencias de este tiempo”.

lunes, 11 de septiembre de 2023

Cuando fui mortal (Javier Marías)

 

Si hay una palabra que defina a Javier Marías es elegancia. Como si de una extensión de su propio ser se tratara, la misma distinción que destilaba en persona se desborda por sus páginas en un claro ejemplo de que no es necesario ser pedante para ser un virtuoso. Por desgracia, ya nunca más lo veremos pasear por Madrid con su figura galanesca y sus modales de caballero venido de otra época, pero siempre nos quedarán sus libros como maravilloso regalo, y su lectura como el mayor homenaje que le podemos hacer a uno de los poquísimos autores contemporáneos que (estoy seguro de ello) trascenderá su tiempo,

Editado en 1996, Cuando fui mortal recopila doce relatos que publicó en diferentes medios entre 1991 y 1995, y que son como doce pastillas de caldo concentrado de Javier Marías. En ellos encontramos los rasgos característicos de su pluma con el extra de la brevedad y la variedad temática, lo que lo convierte en un libro muy ameno que nos deja siempre con ganas de pasar la página para ver qué nueva historia nos espera. 

Dentro del nivel sobresaliente que mantienen todos los cuentos, me permito destacar cuatro que, en mi opinión, alcanzan la matrícula de honor.

En La herencia italiana nos cuenta el caso de dos mujeres. Ambas son italianas, residen en París y son amigas del narrador, pero no se conocen personalmente entre ellas. Sin embargo, sus vidas van adquiriendo un inquietante cariz clónico del que el amigo común es testigo.

Cuando fui mortal, relato que da título al libro, va sobre la dicotomía conocimiento/ignorancia o (estrechamente relacionada con ella) preocupación/felicidad. En este, el protagonista está muerto y nos cuenta cómo desde su nueva situación es capaz de acceder a todo aquello que ignoraba cuando estaba vivo, lo cual da nuevo sentido a ciertos hechos.

Sangre de lanza nos sumerge en una turbia historia de crímenes y engaños.  Es el relato más extenso del libro, y por momentos recuerda a Vázquez Montalbán, pero después de haber enviado a su Pepe Carvalho a una escuela de buenos modales.

En Menos escrúpulos la necesidad arrastra a una mujer al mundo del cine porno. Mientras espera su turno para intervenir en su primera película, conoce al que será su compañero de rodaje, con el que mantiene una reveladora conversación.

viernes, 8 de septiembre de 2023

Treinta y tres muchachas salen a cazar la mariposa blanca (Max Ernst)

 

Es una obra del periodo en el que Ernst regresa a Francia de su exilio en Estados Unidos. 

Estamos en los años 50 y, en esa época,  Ernst retoma y evoluciona el frotagge y el gratagge, técnicas que había desarrollado en los años 20, y las utiliza para crear una gran explosión de energía, de luz, de color e, incluso, de calor, que se ha vinculado con el interés típico de la década por la energía atómica. Por entonces la metáfora de la bomba atómica atraviesa la creación artística (lo vemos también en Dalí), y es probable que Ernst pensara en ello para este cuadro, aunque el título sea onírico y no lo evoque. Dicho título procede de un poema del propio Ernst titulado Presencia de Alicia, en el que aparecen referencias explícitas al contenido simbólico del cuadro:

A la conjonction de deux enseignes, dont l'une pour une école de harengs et l'autre pour une école de cristaux, trente trois fillettes partent pour la chasse au papillon blanc, les aveugles dansent la nuit, les princes dorment mal et la parole est au noble corbeau.

El título es relevante porque, a primera vista, podríamos pensar que es un cuadro abstracto, inmerso en el informalismo de los años 50. Sin embargo, Ernst realizó muchas declaraciones remarcando que la creación o invención de nuevas formas sólo tiene sentido cuando esas formas son interpretadas por el artista. Es decir, que el artista no debe conformarse con arrojar al azar una serie de formas y colores, sino que tiene la obligación de interpretarlos; la abstracción no basta, hay que internarse en el dominio de la interpretación que apela al inconsciente. Por eso Ernst, a pesar de que pinta cuadros casi abstractos (sobre todo en su periodo tardío), siguió siendo siempre un surrealista de corazón.

Treinta y tres muchachas salen a cazar la mariposa blanca
Max Ernst
1958
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional Thyssen Bornemisza (Madrid)

martes, 5 de septiembre de 2023

La novelística de Miguel Delibes

Miguel Delibes nació en Valladolid en 1920 en el seno de una familia numerosa. Estudió en un colegio de religiosos y, en 1945, obtuvo la cátedra de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio de Valladolid, donde fue profesor hasta su jubilación. Esta tarea la compaginó con el periodismo, la literatura y la caza.

Se dio a conocer como escritor en 1947 al ganar el Premio Nadal con La sombra del ciprés es alargada, en la que ya aparecen algunos de los temas que caracterizarán su carrera futura. Su formación como escritor ha ido evolucionando y enriqueciéndose, adaptando en sus libros las diferentes corrientes e innovaciones. Entre sus autores más leídos destacan Dostoyevski, Steinbeck, Hemingway, Alberto Moravia o Böll. Sin embargo, sus obras y su lenguaje no revelan tanto estas lecturas como el contacto directo con las gentes sencillas del campo. 

De su vida merecen destacarse algunos rasgos que después se plasman en sus obras, como por ejemplo su sentido de la compasión, su recogimiento físico y espiritual, su altruismo, su sencillez, su sobriedad o su curiosidad. También es una constante el miedo, que se traduce en la obsesión por la muerte. En casi todas sus obras encontramos un personaje que siente miedo pero lucha por dominarlo. Se convierte así el miedo en uno de los ejes temáticos de Delibes. Esto aparece ya en su primera novela, en la que el miedo se concreta en la muerte de un ser querido. En El camino, el personaje principal muestra su miedo a equivocarse al abandonar su pueblo y sus amigos. En La hoja roja, el protagonista muestra su temor a la soledad y la muerte. En El príncipe destronado el protagonista tiene miedo a perder su lugar en la familia. El miedo al desamparo y a la crueldad de unos a los otros se ve en Los santos inocentes, y así podría seguir. Y es que no es de extrañar que una persona tan sensible como Delibes muestre su temor a la muerte y, sobre todo, cuando conoció la Guerra Civil. 


Pasando a analizar su trayectoria literaria podemos decir que, desde 1947 y hasta su última gran obra, El hereje (1998) no dejó de publicar novelas, cuentos, libros de viajes o ensayos, en los que destacan como temas principales:

 a) La muerte y/o el miedo: La sombra del ciprés es alargada, La hoja roja, La mortaja, Cinco horas con Mario o Parábola de un náufrago.

b) La infancia y/o la inocencia: El camino, El príncipe destronado.

c) La naturaleza y Castilla: Las ratas, Viejas historias de Castilla la Vieja, El disputado voto del señor Cayo.

d) El prójimo y la compasión con los sencillos: Los santos inocentes

De todos estos temas se aprecia el sentido de la compasión típico de Delibes. Compasión con los seres que temen a la soledad tras perder un ser querido, con los niños como criaturas malentendidas y débiles, con la tierra maltratada, con los humildes y con los vanidosos. 

Por otro lado, en todas sus novelas hay una dimensión poética cuyo ritmo es evidente en todos los niveles: en las frases, en los personajes, en las situaciones, en los símbolos y en los temas. Este ritmo se refuerza con la repetición de palabras, giros, descripciones, que poco a poco originan símbolos. Esas reiteraciones llevan consigo variaciones dispuestas de manera que la narración avance. De todo lo dicho se desprende que Delibes no sólo era un novelista responsable ante la problemática de su tiempo, sino también un gran conocedor de las técnicas narrativas dominantes. 

Francisco Umbral alude a la gran capacidad de Delibes para “poner voces” a sus personajes. Habla del ventriloquismo literario de Delibes, considerando como su mayor virtud creadora el dominio de los distintos niveles de la lengua para caracterizar a los distintos tipos. En todos los personajes está implícito Delibes, el cual dice: “Yo traslado a mis personajes los problemas y las angustias que me atosigan o los expongo por sus bocas. En definitiva, uno, si es sincero, se desdobla en ellas. […] En el novelista debe prevalecer la facultad de desdoblamiento sobre el sentido de la observación: soy así, pero puedo ser de otra manera”.

En sus más de cincuenta años de carrera literaria nos dejó un gran número de libros que (no tengo dudas de ello) serán leídos y estudiados por generaciones futuras y se convertirán, si no lo son ya, en clásicos de la literatura española. Por ello y por habernos regalado tantas horas de disfrute lector, muchas gracias, don Miguel.

Fotografía: Julio César (El Norte de Castilla)

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martes, 29 de agosto de 2023

Misery: la novela más personal de Stephen King

De todo el ramillete de célebres novelas que han salido de la prolífica pluma de Stephen King, Misery es una de mis favoritas por su capacidad para suscitar miedo sin necesidad de recurrir a entes paranormales ni a efectismos estridentes. Recordamos que, en ella, Paul Sheldon es un famoso escritor que tiene un accidente de tráfico y es rescatado por Annie, una enfermera que, con la excusa de que las carreteras están cortadas y no puede trasladarlo al hospital, se lo lleva a casa y lo cuida con gran diligencia. Esta señora, además de estar como una chota, es una gran admiradora de su obra y pronto traspasa la delgada línea que separa la admiración del fanatismo e impide que el susodicho se marche hasta que no reescriba a su gusto su último libro. Pero bajo esta historia, se esconde algo más que la convierte en la novela más personal del autor y no sólo porque su protagonista sea un escritor de best sellers.

Kathy Bates y James Caan en un fotograma de la película.

Y es que, según cuenta el mismo Stephen King, escribió Misery cuando estaba en el pico de su adicción al alcohol y la cocaína. Comenta que en esa época las drogas no le permitían dedicarse a nada más que a la escritura, abandonando a familia y amistades. Así que, en realidad estaba escribiendo una novela sobre su adicción, sobre cómo había algo que le retenía físicamente, le ataba al escritorio y le hacía escribir sin parar. "Misery es un libro sobre la cocaína. Annie Wilkes es la cocaína. Ella era mi fan número uno", afirmaba King en una entrevista para la revista Rolling Stone en 2014. 

De 1976 a 1986 el de Portland vivió sumido en tal vorágine de excesos que llegó a marcarse un Bob Dylan al afirmar que había partes de sus libros, entre ellos su excelente Cujo, que no recordaba haber escrito. Por fortuna, el poder terapéutico que tuvo para él el proceso creativo de Misery fue tan grande que abandonó todos sus consumos al concluir su redacción y, desde entonces, asegura mantenerse limpio. El único vicio que conserva es el de la escritura compulsiva, cosa que sus admiradores agradecemos.