Rebelión en la granja (George Orwell)


 Salvo situaciones muy puntuales, como cuando me golpeo el dedo meñique del pie con la pata de la cama o cuando voy por la autovía y veo acercarse por el retrovisor a un fulano en BMW pidiendo paso a 150 por hora, no soy de soltar tacos. Tampoco me gusta etiquetar a un libro como imprescindible porque me parece pretencioso, pedante y que choca con uno de los valores que considero básico en el arte: la subjetividad. Pero hoy me voy a saltar a lo Armand Duplantis estos preceptos al hablar de Rebelión en la granja, porque esta puta maravilla debería ser una lectura obligatoria en todos los institutos no sólo de España, sino de todo el mundo. Esta jodida obra de arte debería ser inoculada a toda la población, con sus continuas dosis de refuerzo, como vacuna contra la manipulación. 

George Orwell, izquierdista convencido que incluso llegó a combatir en la Guerra Civil española en el bando republicano, nos ofrece una potentísima crítica al comunismo estalinista en forma de fábula con una gran carga alegórica. Hay que tener en cuenta que la publica en 1945, tres años antes de su también magistral 1984 y en una época en la que la Unión Soviética de Stalin era aliada de Occidente en su lucha contra el fascismo, por lo que la novela no fue vista con muy buenos ojos, pero el tiempo le dio la razón y acabó convirtiéndose en el valioso documento que es hoy. 

Lo que nos cuenta Orwell en esta novela es cómo todos los animales de la granja del señor Jones unen sus fuerzas para acabar con la opresión y el totalitarismo de los humanos. Una vez que consiguen expulsarlos se constituyen en una comuna asamblearia en la que todos trabajan en pos del beneficio colectivo, sin tiranos que los exploten, y durante los primeros meses todo marcha a la perfección. Pero, amigo, con el tiempo uno de los cerdos, llamado Napoleón, va ganando cada vez más protagonismo hasta autoerigirse en el líder supremo. Pese a ese inesperado giro, a que las cosechas son cada vez más pobres y a que el resto de animales ven cómo van recortándose los privilegios que habían ganado mientras aumentan los de Napoleón y su élite, éstos siguen satisfechos porque, "aunque ahora estemos mal, con Jones estábamos peor". Y es que el puerco se sirve de la propaganda, la escasa inteligencia de los demás, la represión y el miedo para mantenerse en el poder. De esta forma, y después de todo, los animales han cambiado de dueño, pero no de casta. 

Como muestra evidente de la degradación paulatina de los valores que motivaron la revuelta podemos observar cómo evolucionan los mandamientos que, a modo de constitución, se propugnan como pilares fundamentales del movimiento, de los siete iniciales:

1. Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo. 

2. Todo lo que camina sobre cuatro patas, o tenga alas, es un amigo. 

3. Ningún animal usará ropa. 

4. Ningún animal dormirá en una cama. 

5. Ningún animal beberá alcohol. 

6. Ningún animal matará a otro animal. 

7. Todos los animales son iguales

A los tres en los que se resumen más tarde: 

1. Ningún animal dormirá en una cama con sábanas.

2. Ningún animal beberá alcohol en exceso.

3. Ningún animal matará a otro animal sin motivo.

Para quedar, al fin, en un único y demoledor mandamiento: 

Todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros.

Así, Orwell muestra su decepción con la deriva del comunismo y, en mi opinión, va más allá y manifiesta un pesimismo hacia la naturaleza humana en general que lo emparenta con los postulados filosóficos de Maquiavelo, Hobbes y tantos otros. Pero tranquilo, que a pesar de tanto mensaje filosófico, crítico y alegoríco, el autor inglés consigue condensarlo todo en una obra de apenas 130 páginas y de suma sencillez, al menos en apariencia. Esa era uno de sus propósitos, fusionar propósito político con el propósito artístico en una obra, y a fe que lo consiguió.



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