El filósofo y escritor inglés Aldous Huxley (1894-1963) fue uno de los hombres más cultos de su tiempo. Poseedor de un saber enciclopédico, tenía además la virtud de saber trasmitirlo de forma amena y crompensible, cosas que no siempre van de la mano, a través de una notable producción literaria que abarca tanto ensayo como novela. De estas últimas la más célebre es Un mundo feliz, distopía publicada en 1932 y que sigue teniendo en nuestros días una preocupante vigencia.
En ella crea una sociedad perfecta, sin conflictos, en la que todo está controlado desde incluso la gestación de cada persona (que se lleva a cabo en tubos de ensayo) con el fin de conseguir la máxima felicidad de cada elemento individual y, por lo tanto, de la sociedad en su conjunto. Hay que tener en cuenta la época en la que Huxley escribió esta novela, una época en la que los totalitarismos se elevaban para apropiarse del mundo a la vez que el cientificismo cobraba más y más importancia. Estos dos elementos los mete Huxley en su coctelera e idea esta maravilla a mitad de camino entre la sátira y la metáfora. Sátira porque ridiculiza el empeño del ser humano de anteponer la felicidad a cualquier otra circunstancia, y metáfora porque refleja de manera encubierta la dinámica del capitalismo y cómo éste pretende (o más bien consigue) apacentar y controlar a la sociedad otorgándole la falsa sensación de libertad y felicidad. Porque el capitalismo ha conseguido construir un mundo feliz en el que los sujetos, convencidos de que actúan por propia iniciativa, no hacen más que responder a los estímulos con los que el poder político o económico los moldea mediante diferentes estrategias de control de las que hemos dejado de ser conscientes.
No es que sea Fernando Sánchez Dragó santo de mi devoción, pero de entre todas las insensateces que soltaba, de vez en cuando podía entresacarse algo de interés y, respecto a Un mundo feliz, dijo que describe una sociedad aparentemente perfecta que sume al homo sapiens en una especie de nirvana rayano con el estupor y la imbecilidad. El precio pagado por semejante metamorfosis es alto. La familia, el amor, la diversidad cultural, el arte, la literatura o la filosofía han sido reemplazados por otros elementos que configuran el supuesto feliz mundo que ya ha llegado y a los que hoy podríamos poner el nombre de internet, big data, 5G, los seres probeta, Tinder, Netflix, los ansiolíticos, la globalización, etc.
Por todo ello, Un mundo feliz es una de las visiones literarias que con mayor claridad se adelanta a los acontecimientos que estamos viviendo. Huxley entendió que en el futuro íbamos a ser controlados no a través de la fuerza, la represión violenta o la supresión de información, sino a través de la distracción y el entretenimiento. En eso estamos, y lo que cabría preguntarse es si somos realmente más felices o más borregos de rebaño.
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