De genios y traumas

Uno era español y el otro neerlandés. Uno era surrealista y el otro postimpresionista. Uno tuvo una larga y próspera vida y el otro la tuvo mísera y breve. Seguramente ya sabrás de qué dos artistas hablo, pero por si te has levantado hoy con las neuronas remolonas aquí va la pista definitiva: uno tenía bigote puntiagudo y el otro una oreja incompleta. Sí, se trata de Salvador Dalí y Vincent Van Gogh, dos artistas dispares en muchos aspectos, aunque semejantes en su esencia. 

Y es que los dos cocinaron su peculiar forma de entender el arte con los mismos ingredientes: una cucharada de talento innato, una de sensibilidad exacerbada, una pizca de psicología patológica y otra de traumas familiares. Este último ingrediente daría para llenar más programas de los que lleva Karlos Arguiñano, pero hay un punto especialmente escabroso del que fueron protagonistas involuntarios, que habla regular de la salud mental de sus progenitores y que, estoy seguro, influyó en la personalidad de uno y otro. 

 

Vamos a comenzar viajando a los Países Bajos y a 1852. El 30 de marzo de ese año Theodorus Van Gogh y Anna Cornelia Carbentus eran padres de un recién nacido al que pusieron por nombre Vincent. Pero la desgracia se cebó con ellos ya que el pequeño Vincent Van Gogh llegó sin vida a este mundo. Justo un año después la historia se repite, pero con final feliz, y el matrimonio decide imponer al nuevo retoño el mismo nombre que puso al cadáver. Este será el Vincent Van Gogh que pasará a la historia, y que vivirá siempre con el peso de haber sido el sustituto de su hermano muerto. 

Vamos a dar ahora un salto en el tiempo y el espacio. Dejaremos las grises tierras del norte de Europa y nos situaremos bajo el sol meridional de Figueras. Allí nació en 1904 Salvador Dalí, pero no fue el primer Salvador Dalí que vio la luz, ya que nueve meses antes del nacimiento del pintor moriría, con apenas dos años de edad, el hermano del que heredó el nombre. Este hecho turbó considerablemente al artista, que creyó ser una copia de su hermano fallecido, como un elemento de reemplazo en el entorno familiar y, por extensión, en el mundo. En alguna entrevista, de hecho, llegó a afirmar que muchas de sus excentricidades (de las que iba bien servido el hombre, por cierto) procedían de ese pensamiento obsesivo. "Para diferenciarme del hermano muerto tenía que cometer todas esas excentricidades para afirmar que yo no era el hermano muerto, que yo era Dalí, el Dalí vivo", dijo. 

Imágenes

Autorretrato con cuello rafaelesco (Salvador Dalí, Fundación Gala-Salvador Dalí, Figueres
Autorretrato vcon oreja vendada y caballete (Vincent Van Gogh, Courtauld Gallery, Londres)

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