José Echegaray (Madrid, 1832-1916), hoy olvidado por casi todos, fue una figura importante en su tiempo y no sólo como literato. Aunque tiene el honor de ser el primer Premio Nobel de las letras castellanas fue ingeniero de caminos, matemático (considerado por muchos como el mejor matemático español del XIX), físico, economista y político, y en todos esos campos destacó por su inteligencia, conocimientos y espíritu emprendedor.
Desde siempre manifestó interés por las letras (en especial por la dramaturgia) pero, cuando tuvo que decidir su carrera, optó por la ingeniería de caminos, elección que le llevo a ser profesor y viajar por toda Europa aprendiendo los nuevos avances que, en la segunda mitad del siglo XIX se producían vertiginosamente. Tal era su valía que, en 1865, entra en la Real Academia Española de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Al mismo tiempo comienza a introducirse en la política y la economía, aplicando a ésta las doctrinas matemáticas y las teorías que estaban en boga en Europa. En 1868 es nombrado Director General de Obras Públicas y, poco después, Ministro de Fomento. Pero su gran aportación al Estado se produce cuando es nombrado Ministro de Hacienda. En esa época España estaba al borde de la bancarrota, con dos guerras abiertas (con los carlistas y con los independentistas cubanos) y un sistema de gestión ineficaz que no hacía más que agarvar el problema. A Echegaray que se le insta a que revierta esta situación, cosa que consigue con gran éxito poniendo orden en el desbarajuste de gastos del Estado y adjudicando al Banco de España el monopolio de la emisión de dinero.
Comentábamos la importancia que tuvieron las traducciones en la consecución del galardón porque, según Alfredo Marqueríe, en éstas perdía su obra todas las deficiencias formales y tomaba mayor protagonismo el contenido. Su prosa era demasiado enfática y su verso bastante ripioso, y todo eso quedaba matizado en la traducción resaltando la historia en sí, que era muy buena y trataba temas universales del agrado de todo el mundo.
Esta distinción no gusto a todos en España. Aunque con el tiempo acabaron retractándose, algunos miembros de la Generación del 98, con Azorín y Unamuno al frente, hicieron constar en un manifiesto que "nuestras ideas estéticas son otras y nuestras admiraciones muy distintas". Y no les faltaba razón. Poco o nada tenía que ver el estilo de Echegaray con el suyo, pero lo que es indudable es que, pese a que el Nobel tenía aún poco recorrido, ya era un premio de gran prestigio y supuso un triunfo para las letras españolas.
Pese a todos estos reconocimientos, nunca dio la espalda nuestro protagonista a la ciencia e, incluso después del Nobel, continuó dedicándose a ella, escribiendo numerosos artículos de divulgación y permaneciendo atento a los avances científicos que iban sucediéndose, hasta su fallecimiento en 1916.
Es difícil que hayas visto representada alguna de sus obras porque no son habituales en los programas teatrales de la actualidad, pero quizá tengas algún libro suyo por casa y si estas líneas te han animado a echarle mano, me doy por satisfecho. Si no, que al menos sirvan como homenaje a una de las mentes más importantes que ha dado este país ("el cerebro más fino y exquisitamente organizado de la España del siglo XIX" en palabras de Ramón y Cajal) y para contribuir, desde nuestra modesta posición, a que su figura no siga rodando sin frenos por la cuesta abajo del olvido.
Imagen: Retrato de José Echegaray (Joaquín Sorolla, 1905)
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