La Fundación (Antonio Buero Vallejo)

En una época en la que el teatro español estaba en franca decadencia y en la que la comedia burguesa y el teatro cómico lo dominaban todo, muy al gusto del régimen imperante, la figura de Buero Vallejo supuso un valiente soplo de inconformismo y compromiso social. Siempre con el propósito de remover conciencias, de hacer partícipe al espectador de sus inquietudes y de empujarle a la reflexión, Buero fue sembrando los escenarios de España con obras de la talla de Historia de una escalera, El tragaluz, El concierto de San Ovidio, El sueño de la razón o, la que nos ocupa hoy (en mi opinión la más dura e inquietante de todas): La Fundación.

 En La fundación hay cinco personajes principales que aparecen en un espacio escénico que se va modificando a medida que avanza la acción. El teatro de Buero se caracterizó siempre por la detallada descripción de los decorados, pero en esta obra eso adquiere una importancia aún mayor, hasta el punto de que el escenario puede considerarse un protagonista más de la representación. Al principio creemos estar en una habitación confortable con vistas a un bello paisaje, pero luego, poco a poco, se trasforma en la celda de una prisión y los cinco residentes de La fundación se convierten en cinco condenados a muerte. Esa alteración del espacio viene provocada por la metamorfosis de Tomás, que es el medio por el que los espectadores/lectores nos relacionamos con la acción.

En la primera parte de esta fábula nos parecen absurdas y poco coherentes las conductas de los otros cuatro personajes respecto al espacio escénico que inventa Tomás, que es también el que ve el espectador. Sin embargo, cuando nos damos cuenta de que estamos en una prisión, despertamos del sueño y entramos en una especie de pesadilla. Es el tránsito de una visión enajenada pero hermosa a otra lúcida pero terrible. La visión deformada de Tomás se debe a que fue torturado y acabó delatando a sus compañeros, que ahora están encerrados por su culpa. Él, para seguir viviendo, sustituye la verdad por la mentira y crea un mundo de belleza a costa de la verdad. Ese mundo se va desmoronando poco a poco hasta imponerse el miedo, la delación, la muerte, pero también la posibilidad de la libertad y el heroísmo.

Al final de la obra, el escenario queda vacío y la celda vuelve a convertirse en una acogedora habitación dispuesta para nuevos inquilinos. 

En la obra de Antonio Buero Vallejo la acción trágica siempre nos permite percibir nuevas facetas de la condición humana, tratando de mostrarnos la verdad de la misma, y La fundación es, como dije al principio, la que supone el mayor bofetón de realidad. Al final del libro, la catarsis es para el protagonista la llegada a la lucidez, y para el espectador la invitación a la reflexión, a abrir una ventana hacia esa misma lucidez. 

 Imagen: La Verdad, 24 de octubre de 1999

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