Casa Museo Miguel Hernández (Orihuela)

 A los pies de la sierra y bañada por el río Segura, Orihuela es una ciudad del sur de la provincia de Alicante. Posee muchos encantos que hacen de su visita una experiencia agradable: un casco antiguo pequeño, pero coqueto. Una fértil huerta. Abundante patrimonio arquitectónico, sobre todo religioso. Una gastronomía envidiable,... Pero, por encima de todo ellos, si por algo es famosa es por ser la cuna de uno de los mayores poetas españoles del siglo XX: Miguel Hernández, que nació en esta localidad en 1910 en el seno de una familia dedicada al pastoreo. 

Siendo él muy niño sus padres abandonan la casa en la que había nacido el poeta, en la calle San Juan y se mudaron a otra a las afueras del pueblo, más grande y que les permitiría realizar su trabajo en mejores condiciones. Esta vivienda, situada en el número 73 de la calle de Arriba (hoy calle Miguel Hernández), es la que alberga la Casa Museo.

La visita comienza en el centro de recepción de visitantes, situado en un local independiente, justo enfrente de la Casa Museo, en donde podemos disfrutar de una interesante proyección videográfica sobre el poeta (en la que incluso podemos escucharle recitar uno de sus poemas), ver antiguas publicaciones de sus obras y fotografías .

Tras este paso previo y cruzar la calle, entramos en la casa propiamente dicha, una vivienda amplia de planta única y gruesos muros, en la que aún hoy se respira la humildad que debía inundarla en la época del poeta. 


 Un luminoso vestíbulo, que servía como comedor, nos recibe. A él se abren la sala de estar (que sirve de acceso al dormitorio del matrimonio) y el que en su origen era dormitorio de las dos hijas, que hoy día vemos diáfano. Ese vestíbulo termina en la cocina, que no es más que un pasillo ancho con los utensilios propios a ambos lados, a cuya derecha encontramos la habitación que compartían Miguel y su hermano Vicente, que conserva la cama original del primero.


Basta con atravesar la cocina para llegar al patio, lugar crucial para el mantenimiento de la familia porque servía de aprisco, huerto y almacén de leña, y era donde estaba el pozo. 


En las paredes de toda la casa podemos ver numerosos recuerdos del poeta: retratos, fotografías e incluso manuscritos de algunos de sus poemas, lo que enriquece la visita aún más si cabe.

No cuesta imaginarse a Miguel Hernández ahí, leyendo o escribiendo de noche en su dormitorio, por cuya ventana se filtraría el rumor del agua en el pozo y el olor de las plantas aromáticas del huerto, a la luz de una vela. O acomodando al ganado tras una dura jornada de trabajo. O conversando con sus padres y hermanos en la sala de estar. Vivió entre sus muros veinte años, y en ellos se ha quedado su impronta. Gracias al gran trabajo de conservación y recreación resulta fácil que la imaginación eche a volar y nos lleve al tiempo en el que un Miguel ajeno a su trágico final soñaba con ser un gran poeta.

Fotografías: Gretchen Avilés y Pedro Rodríguez (2021)

Comentarios