Impresión, sol naciente (Monet)

Noviembre de 1872. Primera hora de la mañana. Monet abre la ventana del hotel en el que se hallaba hospedado en Le Havre y pinta rápidamente lo que captan sus ojos en ese momento. Acababa de nacer el impresionismo. 

Pese a la importancia que tuvo este cuadro en particular y el movimiento impresionista en general en la historia del arte, se trataba de algo tan novedoso que no fue comprendido por muchos de sus contemporáneos. En 1874 un grupo de jóvenes autores expone sus creaciones en París. Entre ellas este Impresión, sol naciente, y el crítico de arte Louis Leroy se refiere a él diciendo: "Al contemplar la obra pensé que mis gafas estaban sucias. ¿Qué representa esta tela?…, el cuadro no tenía derecho ni revés…, ¡Impresión!, desde luego produce impresión…". Así fue como quedó bautizado la nueva corriente pictórica.

Al contrario de lo que sucedía con la pintura clásica, este óleo no narra ninguna historia, sino que es una mera instantánea de la realidad, como lo que podría mostrar un fotógrafo, sin ningún tipo de contenido religioso, mitológico o costumbrista. Monet nos muestra tres botes de remos que bogan hacia el puerto de Le Havre, en el que se adivinan anclados los grandes buques mercantes con sus mástiles, mientras que en el fondo, tras el humo de las fábricas y la niebla, sale el Sol. Éste aparece representado por una brillante bola naranja, y se abre paso iluminando las tranquilas aguas, sobre las que se proyecta el rojo del amanecer. 

El cielo y el agua se han fundido en una tonalidad única, interrumpida sólo por las siluetas más oscuras de los barcos y las grúas del puerto. Las pinceladas no perfilan los detalles de los objetos y son distintas entre sí: el cielo tiene trazos distintos al agua que vemos en primer plano, en la que éstas se superponen y parecen más sueltas. El resultado de todo ello es el boceto de un instante en el que el dibujo ha sido sustituido por la pincelada, por lo que los contornos se difuminan y pierden identidad.

La paleta utilizada está compuesta por azules grisáceos, con rosáceos para captar la niebla y el humos. En paralelo contrasta el naranja del Sol y de su reflejo en el cielo y las aguas. La luz es la verdadera protagonista de esta obra. Ella es la que hace que todos los elementos cobren forma.

Podemos decir, en conclusión, que este cuadro es un conjunto de formas imprecisas que abandonan el interés por el objeto y en el que el espectador se ve comprometido ante su contemplación, puesto que tendrá que tomarse la molestia de alejarse un poco de ella y hacer un ejercicio interpretativo para poder apreciar su esencia.

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