Sting


Quizá fue el azar de un soplo de viento quien colocó esa flor ahí, pero me gusta pensar que, más de un siglo después de su muerte, alguien rinde homenaje aún al bueno de Sting y eso le permite seguir correteando por el paraíso de los perros felices.

 Fotografía: Pedro Rodríguez (Powerscourt, Enniskerry, Irlanda, 2017)


Al ver esa tumba del cementerio de mascotas no pude evitar acordarme de Lord Byron y su elegía a Botswain, que fue su compañero durante años. Posiblemente uno de los más bellos escritos dedicados a un perro:

Cerca de este lugar
reposan los restos de un ser
que poseyó la belleza sin la vanidad,
la fuerza sin la insolencia,
el valor sin la ferocidad,
y todas las virtudes del hombre sin sus vicios.

Este elogio, que constituiría una absurda lisonja
si estuviera escrito sobre cenizas humanas,
no es más que un justo tributo a la memoria de
Boatswain, un perro
nacido en Newfoundland, en mayo de 1803
y muerto en Newstead Abbey, el 18 de noviembre de 1808.

Cuando algún orgulloso humano regresa a la Tierra,
Desconocido para la Gloria, pero ayudado por su nacimiento
El arte del escultor agota las pompas de dolor
Y los ataúdes conmemoran a quienes descansan allí.
Cuando todo terminó, sobre la tumba se ve
no lo que él fue, sino lo que debió haber sido.

Pero el pobre Perro, en vida el amigo más fiel,
el primero en saludarte, el más dispuesto a defenderte
Cuyo honesto corazón es propiedad de su dueño
Quien trabaja, pelea, vive, respira por él
Cae sin honores, sin que nadie note su valía,
Y el alma que lo acompañó en la Tierra es rechazada en el Cielo
mientras que el hombre, ¡vano insecto!, desea ser perdonado,
Y reclama un Cielo exclusivo para él.

Elegía a un perro, Lord Byron.

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