Mario Vargas Llosa. Los libros y los premios: escritores y lectores frente a frente.

Notas de la conferencia-coloquio de Mario Vargas Llosa con motivo de la II Conversación de Otoño organizada por la Universidad de Murcia en diciembre de 1997

Lector, autor y texto son tres elementos imprescindibles de la literatura. Si desaparece cualquier elemento de ese trípode la literatura se desploma.

El autor siempre tiene la voluntad de entablar diálogo con un receptor, incluso en el caso de Kafka, que escribe sin publicar y después le pidió a un amigo que lo quemara todo. No obstante, si él no tuviera el deseo de comunicarse, habría destrozado él mismo su obra.

El diálogo se entabla a través del texto. Cada vez hay más voces que se preguntan si el libro está en peligro frente a los medios audiovisuales. Muchos dudan de su supervivencia y piensan que, si no desaparece, quedará relegado a una catacumba por la sociedad del futuro, en la que la fantasía se expresará a través de los medios audiovisuales. Yo no soy pesimista, pero después de tantos acontecimientos no estoy seguro de nada. Lo que sí creo es que la literatura quedará reducida a un sector minoritario de la sociedad. Por otra parte, siempre a lo largo de la historia fue así. La idea de una literatura que impregne por igual a todos los individuos de la sociedad es una utopía inalcanzable.

En algunas sociedades (en la actualidad está pasando) la masificación de la literatura ha llevado a la banalidad. El libro se produce como si fuera un producto manufacturado. Es la falsa literatura del best-seller.

Yo creo que la literatura es un diálogo muy especial que nunca se repite. Lo que el libro dice nunca es lo mismo. Hay libros que a unos lectores les toca el punto neurálgico mientras que a otros lectores les deja indiferentes. Los libros no tienen nunca un lenguaje unívoco, sino un abanico de mensajes. Ese diálogo siempre deja reverberaciones en la vida de los lectores, aunque es muy difícil identificar esa huella, ésta queda allí. La persona se enriquece al entrar en contacto con esas visiones del mundo que son la literatura. Por eso, la civilización sería menos libre y nuestros deseos más mediocres si no fuera por lo que produce en los lectores una obra maestra.

Foto: RAE

 ¿Qué impresión le produce releer sus obras?

Nunca me ha gustado releer lo que llevo publicado porque no sería una experiencia muy grata. Uno se enfrenta a lo irremediable. Cuando uno revisa un texto, lo que salta a la vista son las imperfecciones. El texto es el testimonio de una época, y es inevitable una sensación de extrañeza. Eso me pasa a mí.

Al releer La ciudad y los perros pensé que, de tener que escribirla de nuevo, no lo haría de esa forma.

¿Tuvo problemas con la censura en España?

Tuve muchos problemas. Daría para un relato de humor negro. En 1963 había un sistema de censura severísima, a pesar de que por esa época ya se estaba suavizando. La publicación de La ciudad y los perros demoró un año, en el que hubo muchas negociaciones. Los cortes que pedían al principio eran de muchas páginas, pero luego fue ablandándose. Yo defendí mi texto hasta que al final sólo se cortaron ocho frases. No recuerdo todas, pero hay algunas que siempre digo: en una decía: “El coronel era muy gordo. Tenía un vientre de ballena.” Ellos me dijeron que un coronel representaba a todo el ejército, y que si en lugar de coronel fuera comandante o capitán,... Les dije que pondría cetáceo en lugar de ballena y aceptaron.

En otra frase decía que el cura se iba de burdeles. Ellos me dijeron que, o ponía más ministros del Señor o sacaba al único de los burdeles. Al final puse prostíbulo en vez de burdel y aceptaron.

Sin embargo, en la segunda edición Carlos Barral recompuso las frases.

¿Ha dejado alguna novela a medias?

No comienzo a escribir hasta no haberlo pensado mucho. Una vez que empiezo a escribir una novela, siempre la acabo.

Los libros y los premios

Vocación literaria y premios son dos cosas distintas. Los premios son útiles, y yo soy una prueba viviente de cómo pueden estimular a un autor joven. En muchos casos son el único camino por el que un joven escritor puede llegar a editar. Pero la vocación literaria no necesita de los premios para existir; sino, sería una vocación fraudulenta. El mayor premio, y esto se aprende con el tiempo, es poder ejercer tu vocación.

Los premios son una ayuda, pero no siempre responden a lo mejor. Un buen ejemplo es el Nobel: Borges nunca lo recibió a pesar de merecerlo. Quienes dan ese premio están sujetos a errores y presiones. Esto vale para todos los premios.

Ningún autor puede medir su valía literaria en función de los premios que recibe. Hay escritores que rechazan todos los premios, y es muy respetable, pero no hay que exigir al resto de autores que hagan lo mismo.

La vocación

En mi vocación, la lectura fue decisiva. Mi infancia es el recuerdo de las novelas de aventuras que leí como si yo fuera el protagonista de ellas. Quizás había alguna predisposición, pero la lectura fue fundamental. Muchas veces añadía episodios a los libros que leía y que me daba la pena acabarlos. Pero yo no era consciente de mi vocación hasta la adolescencia.

En mi juventud y en Latinoamérica, la literatura no parecía una actividad alimenticia.

Camilo José Cela y el Cervantes

Me extraña que le extrañe que los escritores no sean como una persona cualquiera, sometida a los mismos defectos y grandezas que la demás gente. Tratamos de ver en el escritor que admiramos dotes superiores, y eso es falaz. El escritor no es un ser superior como pensaban los románticos.

Comentario final

Un escritor comienza siempre hablando de uno mismo. El punto de partida es la memoria, pero no puede ser el punto de llegada.

No creo que los escritores latinoamericanos escriban sólo sobre América Latina. Borges es un ejemplo. La literatura no tiene nada que ver con las nacionalidades.

Aula de Cultura de la CAM (Murcia)

19 de diciembre de 1997

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