La isla de las últimas voces (Mikel Santiago)


Que las novelas de Mikel Santiago (Portugalete, 1975) me gustan más que a un músico indie un ukelele ni cotiza, pero es que este tío es muy bueno. Seguramente nunca ganará el Cervantes ni se marcará un Murakami con su perpetua nominación al Nobel. Entendámonos, no es alta literatura, de esa que se lee poniendo cara de erudito y atusándote la perilla, pero tampoco creo que sea eso lo que busca Santiago. Apuesto a que lo que busca es mantenernos enganchados a una buena historia y eso, que tiene mucho mérito, lo consigue como el mejor dealer. Porque leer a Mikel Santiago es que te recoma el ansia de saber qué nos espera a la vuelta de cada página, y dejar al fin el libro en la mesilla cada noche, un duro ejercicio de autocontrol. 

Todo esto nos va a pasar con La isla de las últimas voces, novela publicada en 2018 y en la que Mikel Santiago nos transporta a St. Kilda,  una pequeña y remota isla escocesa. Estamos a finales de diciembre y su población, ya de por sí exigua, ha quedado reducida a apenas treinta vecinos ante la inminencia de las fiestas navideñas y la amenaza de un fuerte temporal que la incomunicará. Entre los que se quedan están Amelia,la septuagenaria gerente del único hotel local y su ayudante Carmen, una española que ha acabado en ese rincón del mundo huyendo de sus fantasmas. Parece que serán unas Navidades más, pero los pescadores locales rescatan del mar una misteriosa caja y, a partir de ese momento, todo cambiará para los habitantes de la isla. La caja viajaba en avión custodiada por militares y científicos, pero un accidente provocó que quedara a la deriva en el mar hasta que fue localizada por los pescadores. Con ella también queda a la deriva Dave, soldado de élite yanki y único superviviente de la catástrofe aérea.

El viento y la lluvia son la banda sonora de una inquietante historia  que tiene mucho de King, de Hitchcock y de Lovecraft, pero también de las historias clásicas de zombis. Santiago consigue encerrarnos en la densa atmósfera que envuelve al relato, creando una sensación magistralmente atosigante en el lector. Los protagonistas están atrapados en unos pocos kilómetros cuadrados, sin posibilidades de salida, sin poder contar con las fuerzas de la ley y acuciados por una extraña fuerza, y nosotros con ellos. Arácnidos y visigodos sigue la política de "0 spoilers", así que hasta aquí podemos leer, como decía aquélla. Lo que espero es que lo comentado os anime a acompañar a Carmen y demás habitantes de St. Kilda y descubráis por vosotros mismo todo lo que se esconde en esta trepidante aventura.

Por cierto: servidor habló aquí mismo hace unos meses de La última noche en Tremore Beach, su primera novela, y la dejó bendecida, pues poco tiempo después supimos que una plataforma televisiva la iba a convertir en serie. Ahora, después de devorar como un perro callejero ante un chuletón La isla de las últimas voces sólo podemos decir: hágase otra vez, mister Netflix.

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