Misery: la novela más personal de Stephen King

De todo el ramillete de célebres novelas que han salido de la prolífica pluma de Stephen King, Misery es una de mis favoritas por su capacidad para suscitar miedo sin necesidad de recurrir a entes paranormales ni a efectismos estridentes. Recordamos que, en ella, Paul Sheldon es un famoso escritor que tiene un accidente de tráfico y es rescatado por Annie, una enfermera que, con la excusa de que las carreteras están cortadas y no puede trasladarlo al hospital, se lo lleva a casa y lo cuida con gran diligencia. Esta señora, además de estar como una chota, es una gran admiradora de su obra y pronto traspasa la delgada línea que separa la admiración del fanatismo e impide que el susodicho se marche hasta que no reescriba a su gusto su último libro. Pero bajo esta historia, se esconde algo más que la convierte en la novela más personal del autor y no sólo porque su protagonista sea un escritor de best sellers.

Kathy Bates y James Caan en un fotograma de la película.

Y es que, según cuenta el mismo Stephen King, escribió Misery cuando estaba en el pico de su adicción al alcohol y la cocaína. Comenta que en esa época las drogas no le permitían dedicarse a nada más que a la escritura, abandonando a familia y amistades. Así que, en realidad estaba escribiendo una novela sobre su adicción, sobre cómo había algo que le retenía físicamente, le ataba al escritorio y le hacía escribir sin parar. "Misery es un libro sobre la cocaína. Annie Wilkes es la cocaína. Ella era mi fan número uno", afirmaba King en una entrevista para la revista Rolling Stone en 2014. 

De 1976 a 1986 el de Portland vivió sumido en tal vorágine de excesos que llegó a marcarse un Bob Dylan al afirmar que había partes de sus libros, entre ellos su excelente Cujo, que no recordaba haber escrito. Por fortuna, el poder terapéutico que tuvo para él el proceso creativo de Misery fue tan grande que abandonó todos sus consumos al concluir su redacción y, desde entonces, asegura mantenerse limpio. El único vicio que conserva es el de la escritura compulsiva, cosa que sus admiradores agradecemos.

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