María Blanchard, la dama española del vanguardismo

En un contexto dominado por hombres, como era el arte de vanguardia de principios del siglo XX, María Blanchard (Santander, 1881 - París, 1932) fue toda una pionera. A lo difícil que resultaba abrirse camino en un mundo eminentemente masculino habría que añadir su propia discapacidad, ya que debido a un accidente de su madre durante el embarazo tenía una deformidad en la columna que le hizo objeto de burlas durante su infancia y le afectó psicológicamente. Y, pese a todos esos obstáculos, fue capaz de hacerse un sitio en el ambiente de Montparnasse y de ser reconocida por su compromiso con la modernidad. Su dolor y el sufrimiento de los personajes que representó en sus lienzos fruto de su padecimiento físico psíquico, permitió establecer un paralelismo entre su trabajo y el de la mexicana Frida Kahlo.

María Blanchard en 1909
 

Blanchard llegó a París por primera vez en 1909. Enseguida entabló amistad con la artista rusa Angelina Beloff, con la que viajó a Londres y Bélgica, donde coincidieron con el marido de esta última: Diego Ribera. A la vuelta a París los tres comparten piso y estudio y poco después Blanchard descubre el cubismo.

Al estallar la I Guerra Mundial pasó un tiempo en España. en donde Ramón Gómez de la Serna la incluyó, junto a Diego Ribera, en la exposición de marzo de 1915 Los pintores íntegros, celebrada en Madrid. "María Gutiérrez [Blanchard] será siempre una sorpresa . En cada uno de sus cuadros hay una semilla distinta siempre . Ella sabe profundamente lo que hace, y por eso siempre es un poco sarcástica, y pinta como si sentenciase llena de una imparcialidad y de una Justicia superiores. En estas cosas que presenta, hay casi una contradicción que obedece a que María Gutiérrez ama de dos maneras distintas las cosas, pero con el mismo rigor y con la misma intensidad. En lo que ella llama «naturaleza muerta», hay un infinito de cosas pintadas conjuntamente, escogiendo de una la arista convincente y de otra el mango, sobre tal cantidad de pequeños planos y tan numerosa profusión de clarosobscuros que adquiere cierta confusión el lienzo, aunque mirándolo con la paciencia que se debe, es claro y fácil el inventario. En sus otras cosas, hay tal obsesión de lo que son, que se imponen exaltadamente" escribe Gómez de la Serna en el catálogo. La muestra supuso un escándalo mayúsculo para la rancia sociedad española del momento.

En 1916 viaja de nuevo a París y se establece allí definitivamente. Inicia entonces una decisiva etapa cubista que la llevó a trabajar de igual a igual con su compatriota Juan Gris y otros nombres importantes del movimiento. De hecho, por aquellos años, las tertulias de los cubistas terminaban siempre en el taller de la Blanchard. La artista desempeñó un papel determinante en las elaboraciones doctrinales del nuevo cubismo y, asimismo, desarrolló un afecto fraternal y cómplice con Juan Gris que jamás se truncó.

Su obra evolucionó desde un primer cubismo con elementos figurativos que la situaba cercana a Diego Ribera, hacia un cubismo más sintético y próximo a Juan Gris. Sus trabajos llamaron la atención del galerista de LÈffort Moderne, que la contrató en 1916. En ese mismo año su obra fue expuesta en la exposición El arte moderno en Francia junto a consagrados como Matisse y Derain y otros por consagrar como Modigliani y Leger. En esta exposición, por cierto, se exhibió por primera vez Las señoritas de Avignon.

Tras el armisticio Blanchard colgó su primera exposición individual. En 1920 fue elegida para la  exposición Cubismo y Neocubismo, que se presentó en Bruselas, junto a Picasso, Braque, Severini, Ribera y otros. Ese mismo año participó en la mítica muestra de la Sala Dalmau de Barcelona Exposición de arte francés de vanguardia. Con estas obras no sólo cosechó el éxito, sino también el reconocimiento de la crítica y de otros artistas. 

Sin embargo, ya en 1919, y mientras en París no dejaban de sucederse las propuestas radicales de dadaístas y surrealistas, Blanchard se adscribió al movimiento denominado Retorno al orden. Su arte evolucionó para regresar a la figuración, aunque subyacera la estructura geométrica cubista. Fue un giro que a su marchante no le gustó nada, lo cual obligó a Blanchard a transitar un camino de penurias económicas.

La comulgante, María Blanchard, 1914
 

En 1921 envió una impactante obra al Salón de los Independientes: La comulgante, que actualmente podemos admirar en el Museo Reina Sofía de Madrid. En ella el sufriente rostro ocupaba el centro de la composición y surgió como una revelación. Su exposición constituyó un éxito casi escandaloso. No había crítico que no celebrase en términos entusiastas esta revelación. En esta obra, el rito de paso de la Primera Comunión se manifiesta como pureza rota a través de los blancos que no acaban de ser ni de dar forma. Blanchard alcanzó su plenitud artística en esta época, en la que creó importantes y abundantes obras que poseían un acento inconfundible, como La convaleciente.


En 1927 la muerte de Juan Gris afectó profundamente el ánimo de Blanchard. Sus cuadros de esa época redundaron en una iconografía melancólica y poética en la que, por debajo de la técnica, subyacía el dolor y un profundo sentido de la realidad. Su salud se vio deteriorada por la tuberculosis y buscó consuelo en la religión. No dejó de pintar y mantuvo a varios miembros de su familia en París, lo cual le proporcionaba alivio emocional pero también agobio económico. La crisis mística de Blanchard vinculó su faceta más figurativa con las corrientes primitivistas de la modernidad. 

Blanchard murió en París en 1932. En su necrológica se pudo leer lo siguiente: “El sitio que ocupaba en el arte contemporáneo es preponderante. Su arte, poderoso, hecho de misticismo y amor por la profesión, la convirtió en uno de los auténticos artistas de nuestra época. Su vida de reclusa y enferma contribuyó, por otro lado, a desarrollar y a agudizar una de las más bellas inteligencias de este tiempo”.

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