Ñaque (José Sanchis Sinisterra)


 Ñaque, obra teatral del valenciano José Sanchis Sinisterra, fue estrenada en octubre de 1980 en el Festival de Teatro de Sitges. "Nuestra situación era tan precaria, que había que inventarse un espectáculo tremendamente barato y con capacidad de adaptación a cualquier espacio. Viable de representar en institutos de bachillerato, centros cívicos, al aire libre, etc. y a un precio irrisorio", recuerda años después el autor. De esta forma comenzó a trabajar sobre la idea de que dos personajes característicos del Siglo de Oro se comportaran como si fueran hijos de Samuel Beckett. Seis meses después, "con un 4L prestado llegamos a Sitges, con el arcón y los palos. Al terminar la obra, que había actuado delante nuestro, se personaron los tramoyas del teatro. -¿El Teatro Fronterizo?-. -Si, aquí- contestamos apegados al arcón. -Bien, pues cuando quieran montamos-. -Pues ya nos sirve como está-. -¿Y la escenografía?-. -Esta es, el arcón y los palos-. -¿Dónde hay que ponerlos?-. -No. En ninguna parte. Nosotros los sacamos al escenario al comienzo".

El origen de esta obra lo explica el autor en la ponencia que desarrolló en Almagro en 1980 titulada La condición marginal del teatro en el Siglo de Oro. En ella alude a la existencia de un teatro fronterizo ajeno a Lope de Vega y Calderón de la Barca, representado en pueblos y aldeas por las compañías de la legua, que resalta las facetas más subversivas del teatro. En la ponencia dice: “Un análisis interesante sobre la naturaleza profesional, social y artística de este teatro marginal puede hacerse a partir del pasaje de la obra El viaje entretenido, de Agustín de Rojas Villandrando, en que se resaltan las andanzas de Ríos y Solano, dos actores que constituyen un ñaque”. Ñaque es el nombre que recibían en el Siglo de Oro las compañías de teatro ambulante compuestas por únicamente dos actores. Pero también es, según la RAE, un conjunto de cosas inútiles y ridículas.

El autor recuerda el carácter nómada de las compañías de la legua y la condición marginal de los actores en la sociedad barroca, vinculándose muchas veces con personajes marginales. Habla también del carácter polivalente del actor como elemento popular y fascinador del público, así como de la potencial fuerza transgresora del teatro, que hizo que en bastantes ocasiones fuera perseguido. En Ñaque aparecen dos personajes, sacados de El viaje entretenido, que forman un ñaque y que escenifican una serie de materiales teatrales diversos. Sanchis manipula estos materiales para relacionarlos con el espectador actual, reflexionando sobre las fronteras del teatro, la naturaleza del actor y la condición del espectador.

Así, Ñaque es una reflexión sobre la naturaleza y condición social del actor, sobre su miseria y su esplendor. El encuentro de Ríos y Solano con el público crea las condiciones mínimas de la representación teatral, si bien el diálogo entre ambos se interrumpe frecuentemente planteando en voz alta una reflexión acerca de su propia existencia y del rol que desempeñan. Los dos personajes hablan de los sentimientos y sensaciones del actor en escena, del miedo del actor ante el público y de su marginación. 

Para Ríos parece claro que el actor es socialmente un don nadie, como un piojo, sobre todo cuando está fuera del escenario, y su importancia se ve amenazada por el temor ante el público y por la pérdida de memoria. Ríos y Solano también se preguntan sobre la huella que deja el actor al actuar, y experimentan miedo al olvido, que tratan de evitar con voces y gestos. El desenlace de la obra lleva a actores y espectadores a una situación que culmina cuando Solano actúa como bululú (cómico que actúa el solitario, fingiendo la voz de cada personaje) en un esfuerzo desmesurado por conjurar el olvido del público. Ríos, ante esta reacción de su compañero, se muestra escéptico. 

Hay en este final algo de pesimismo, aunque Sanchis pretende superarlo defendiendo la teoría de que el futuro del teatro está en la implicación del espectador en ese encuentro que es la representación. El público debe convertirse en protagonista a través de una actitud reflexiva y participativa.

Porque, a través de Ñaque, Sanchis exige del espectador una respuesta activa que puede incluso modificar la dramaturgia y la representación en cuanto que es una propuesta abierta. Al dramaturgo le interesa conseguir la interacción entre el actor y el espectador. Sanchis confiesa que se propone sacar a este último de su pasividad y su actitud televidente, para implicar al público en el propio acto teatral. La representación de Ñaque no sería posible sin los espectadores, que son interrogados en diversos pasajes de la obra. Para el dramaturgo, la condición del actor es frágil, y replantea la actitud del espectador en lo que se representa, estableciendo así un sistema múltiple entre lo que pasa en el escenario y la sala.

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