Lo primero que debemos saber de este cuadro es que Zurbarán quería mostrarnos cómo era la vida en los monasterios cartujos. Esta orden religiosa está considerada como la que practica la mayor austeridad de entre todas, insiprándose en los principios y valores de la Contrarreforma.
Narra el suceso ocurrido hacia el año 1084 en la Cartuja de Grenoble el
domingo anterior al miércoles de ceniza, cuando San Hugo, obispo de la
ciudad, envió carne a San Bruno (fundador de la Orden) y los seis primeros frailes de la misma. Mientras éstos
discutían la posibilidad de vivir o no en perpetua abstinencia, quedaron sumidos en un profundo sueño que se prolongó
durante cuarenta y cinco días. Al recibir la visita de San Hugo
despertaron y vieron con asombro como la carne se había convertido en
ceniza, prodigio que para ellos sirvió como confirmación de que debían intensificar aún más una vida
de austeridad y ayuno.
La composición se estructura en tres planos. En el primero encontramos a San Hugo encorvado, apoyado en un bastón y tocando la carne. Su paje se sitúa en el centro de la escena. En un segundo plano vemos la mesa, a modo de los bodegones que tanto gustaba pintar a Zurbarán. Vemos cerámicas de Talavera (que no es cosa menor, como diría aquél), cuchillos, escudillas de barro y pan. Y en el tercer plano aparece San Bruno mirando hacia el espectador y, con él, a seis monjes cabizbajos. Sin embargo, pese a existir estos tres planos en la composición, apenas hay profundidad.
El pintor nos sitúa ante lo que podríamos considerar un bodegón compuesto por personas. Los cuerpos de los cartujos, San Hugo y el paje están enmarcados por una mesa en forma de "L" cubierta por un mantel que casi llega hasta el suelo. Los utensilios y alimentos que aparecen sobre ella ayudan a romper una composición que podría resultar monótona si no fuese porque está suavizada por el hecho de que estos objetos se sitúan a distintas distancias en relación con el borde de la mesa.
La habitación resulta muy austera. Sólo el cuadro con la Virgen, el Niño y San Juan Bautista que decora la pared del fondo y la abertura de un arco en uno de los laterales que nos deja intuir la modesta iglesia cartuja rompen esta sobriedad. Ni que decir tiene que la rigidez que parecen tener los monjes no es en absoluto signo de torpeza del pintor, sino algo conscientemente buscado: quería trasmitir en sus rostros todos los signos de una vida dura de penitencia, demacrados por el ayuno y desconcertados como corresponde a quien despierta después de un extraño sueño.
Zurbarán supo plasmar maravillosamente la escena con una paleta de color limitada a blancos, grises y azules trasparentes, sólo animada por los colores vivos de las túnicas de la Virgen y San Juan. Y es que el extremeño dominaba tan bien el color blanco que se decía que podía darle hasta cien matices distintos.
Ficha
Óleo sobre lienzo
Hacia 1655
Barroco
Sacristía de la Cartuja de Santa María de las Cuevas (Sevilla, España)
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