Marte (Diego de Velázquez)

El Marte de Velázquez está documentado por primera vez en la Torre de la Parada, una residencia real donde Felipe IV solía practicar su entretenimiento favorito: la caza. Velázquez lo realizó en tamaño natural, a partir de un modelo vivo, quizá un soldado veterano, en una postura que recuerda al famoso Ares Ludovisi, escultura que el pintor pudo seguramente admirar durante su primer viaje a Roma.

En él evoca la presencia de un hombre de carne y hueso; el color cálido de las carnaciones otorga vida a una figura, que aparece bañada en una iluminación atmosférica realista, con el rostro ensombrecido por el casco. Hay un contraste cromático llamativo entre el rojo del manto sobre el que descansa, el blanco que subyace y el azul primario del taparrabos. Como es habitual en Velázquez, hay un tratamiento paradójico del mito, en cuya construcción representa un papel básico la armadura y otros atributos bélicos. Por un lado, su presencia es lo que permite identificar al personaje con Marte; pero, por otro, la forma en la que se exhiben sitúa la representación en un terreno ambiguo.

La paradoja se aprecia en que Marte es el dios de la guerra, de la fuerza, del poder. Sin embargo, Velázquez no nos lo muestra glorioso, ni joven, ni fuerte, ni desafiante, sino como un dios maduro, fatigado y melancólico. Representado como un vulgar amante abandonado, entre paños, con aspecto de encontrarse perdido y sin la decisión y el poder que le suelen caracterizar. Es, sin duda, una clara alegoría, el símbolo de un país que a lo largo de un siglo había dominado los campos de Europa con sus ejércitos y que, tristemente, llegaba al agotamiento y la decadencia política y militar. 

Marte
Diego de Velázquez
Hacia 1638
Óleo sobre lienzo
Museo del Prado (Madrid, España)

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