Por quién doblan las campanas (Ernest Hemingway)


"Me cago en todos los cochinos, locos, egoístas y traidores que han gobernado siempre a España y dirigido sus ejércitos. Me cago en todos menos en el pueblo, y cuidado con él cuando llegue al poder".

El cronista de guerra más asiduo a bares de hotel que a frentes y combates. El enamorado de España responsable de difundir algunos de los estereotipos cañís que más me avergüenzan. El Nobel de Literatura que jamás lo habría sido de no escribir en inglés. Por si no lo habías notado, no me cae muy bien Ernest Hemingway (1899-1961), y es por eso que tenía este libro acumulando polvo en la estantería sin animarme a hincarle el diente, pero por fin lo he hecho y puedo decir que Robert Jordan, María, Anselmo, Pilar y compañía ya forman parte de mi familia literaria. Y que el borrachín de Illinois ha redimido en mi estima buena parte de sus pecados. 

La acción de Por quién doblan las campanas trascurre en sólo tres días. Suficientes para que los personajes y sus vicisitudes nos calen bien hondo, para que vibremos con sus acciones y nos toquen la patata con sus sentimientos. Tres días son los que tiene Robert Jordan, un profesor estadounidense simpatizante con la causa republicana en la Guerra Civil española, para cumplir la misión que le han encomendado: dinamitar un puente ubicado en la zona del norte de Madrid dominada por los fascistas (cuando la palabra "fascista" estaba plena de significado) como parte de una ofensiva militar sorpresa. Se trata de una tarea que no puede realizar solo, por lo que entra en contacto con un pequeño grupo de guerrilleros que malvive oculto en la sierra y aprovecha su situación en territorio enemigo para sabotearlo en la medida de sus posibilidades. 

Pablo, el líder de esta cuadrilla, es un turbio y peligroso individuo, de esos que es mejor no tener como enemigo pero que tampoco apetece tener de amigo, y sus desavenencias con Jordan serán uno de los focos de tensión de la novela. Los demás miembros del grupo se ponen de inmediato a disposición del yanki, comandados por Pilar, una señora fea fuerte y formal (que diría aquel) que no duda en encararse con Pablo, que es su propio marido, en defensa de los intereses de la República. 

El plan de Jordan es sencillo: organizar con ellos la voladura del puente, ejecutarla y largarse por donde había llegado. Pero no cuenta con un elemento inesperado con nombre y cuerpo de mujer. María es una chica a la que la cuadrilla rescató de las manos fascistas y, nada más verla, Jordan se queda enganchado a ella. Y ese es el otro gran foco de la novela: la relación que se establece entre ambos. La mente del dinamitero se convierte en una montaña rusa entre la pasión y los planes de futuro que imagina junto a ella y el pesimismo y el dolor ante la intuición de que su misión le va a llevar al exitus más que al éxito. Porque todo se va conjurando para que no salga bien y, aún así, no tiene más remedio que continuar con ella. 

Son sólo tres días, pero dan para mucho. Tres días como tres son los planos en los que nos moveremos. En un plano íntimo, asistiremos a una bella historia de amor y conoceremos perfectamente a Robert Jordan gracias a la profusión de monólogos interiores de los que somos testigos de palco. En un plano medio, comprenderemos un poco más cómo fue el conflicto que desangró nuestro país, la crueldad sanguinaria de unos y otros y la desorganización del ejército republicano, dirigido por españoles inexpertos y cegados por el odio y extranjeros movidos por intereses espurios. Y en un plano general, podremos extrapolar este modesto muestrario de miserias al conjunto de la Humanidad. 

El cronista de guerra más asiduo a bares de hotel que a frentes y combates. Sí. El enamorado de España responsable de difundir algunos de los estereotipos patrios que más me avergüenzan. También. Pero en cuanto a lo del Nobel, debo reconocer mi error. Me he encontrado con una gran historia muy bien narrada y con un estilo cuya influencia me ha sido fácil reconocer, ochenta años después, en autores contemporáneos tan alejados entre sí como Stephen King o Arturo Pérez-Reverte, lo cual habla muy bien de su creador. Así que me prepararé un daiquiri según receta del Floridita para brindar a la salud del borrachín de Illinois, que se ha ganado con merecimiento un hueco en mi biblioteca.

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