Almacén de antigüedades (Charles Dickens)


Nelly es una niña huérfana que vive con su abuelo. Éste regenta una tienda de antigüedades y tiene un único afán en la vida: hacerse rico no para él, sino para que no le falte nada a su nieta en el futuro. El problema es que la forma que tiene de buscar esa ansiada riqueza no es la más acertada, y eso le pone en relación con Quilp, un sujeto feo por fuera pero aún más por dentro, con el que contrae una deuda fruto de la cual acaba perdiendo su tienda. Sin la tienda, que era también el hogar de ambos, abuelo y nieta se ven en la calle, al igual que Kit, el chico que tenían empleado en el negocio y que está enamorado en secreto de Nelly. 

A partir de este momento la historia toma dos caminos. Por un lado acompañamos al anciano y a la niña en un penoso peregrinaje que les llevará a conocer a múltiples personajes y cuyo propósito es el de alejarse lo más posible de las garras de Quilp, que se ha prometido a sí mismo hacer la existencia imposible a ambos. Por otro lado seguimos a Kit, que rehace su vida en Londres consiguiendo un nuevo empleo y ganándose las simpatías de todo el mundo por su honradez y lealtad. De todo el mundo menos, cómo no, de Quilp, que se la tiene jurada desde que una vez le insultó. 

Así, el malo de esta historia, con la ayuda de su procurador Brass y la hermana de éste, dos seres abyectos y repugnantes, desplegará todas sus malas artes para amargar la existencia de quienes le rodean. Por suerte, Nelly, su abuelo y Kit tienen también a personas que velan por ellos y luchan por contrarrestar a las fuerzas del mal. ¿Quién ganará al final? 

La novela tiene un comienzo muy original en la forma de presentar los personajes y, a partir de ahí, encontramos los ingredientes característicos de la literatura de Dickens: personajes desfavorecidos, historias lacrimógenas, retrato de la Inglaterra de su época (en especial su backstage, lo que quedaba oculto por el supuesto esplendor de la época victoriana) y, todo ello, no exento de un fino sentido del humor. Se lle con agrado porque tiene el talentoso sello dickensiano, pero no hace más que repetir una fórmula o, como diríamos hoy, seguir el algoritmo al pie de la letra, y no es, ni mucho menos, su mejor novela.

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