Verona no es sólo Shakespeare. De hecho, es una ciudad tan maravillosa que lo de menos es que el dramaturgo inglés situara ahí su Romeo y Julieta, a pesar de que sea eso lo que le ha dado buena parte de su fama. Los veroneses han sabido explotar ese filón y han montado un museo que venden como la casa de Julieta, mezclando leyenda y fantasía con pasmosa habilidad. El emplazamiento fue elegido porque en la fachada de este edificio medieval se descubrió una placa indicativa de que había pertenecido a la familia Dei Capeli. Dei Capeli... Capuleto... ¡Eureka!
Creedme: no merece la pena. El edificio es muy bonito, sí, y el balcón en el que (se supone) sucede una de las escenas culminantes del drama, muy pintoresco. Y digo "se supone" porque, en primer lugar, en la obra de Shakespeare no se menciona en ningún momento un balcón, sino una ventana y, en segundo, porque no fue añadido al edificio hasta el siglo XX, así que es un poco difícil que lo haya usado ni Julieta ni nadie en el siglo XVI, a no ser que Doc pululara ya por ahí con su Delorean.
El dramaturgo inglés se inspiró para crear su célebre obra en un cuento italiano de Mateo Bandello que, a su vez, se basó en una larga tradición de romances trágicos. También pudo nutrirse Shakespeare de William Painter que, en 1582, realizó una versión en prosa a partir de textos franceses e italianos. Sin embargo, el primero en escribir expresamente sobre Romeo y Julieta fue Luigi da Porto en 1520.
Volviendo a la Verona del siglo XXI, desde 2005, en el Corso Porta Nuova, nada más atravesar el Pontoni della Bra, podemos ver el busto de William Shakespeare que la ciudad ha erigido en su homenaje, acompañado de una placa con un fragmento del drama en el que Romeo se expresa así:
"Fuera de Verona no hay mundo, sino purgatorio, infierno y desesperación. Exiliarme de Verona es como exiliarme de la Tierra. Lo mismo me da que digas muerte que exilio".
Y en eso sí que estamos de acuerdo con él. Verona es una ciudad de la que es difícil despedirse.
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