Choose life

Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seeguros dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo. Elige un piso piloto. Elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos. Elige el bricolaje y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el sofá a ver teleconcursos que embotan la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo, cagándote y meándote encima en un asilo miserable siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has engendrado para remplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida. Pero, ¿por qué iba yo a querer algo así? Yo elegí no elegir la vida. Yo elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tiene heroína?

Este choose life (lema utilizado en el mundo anglosajón profusamente en los años 80 en distintas campañas publicitarias, desde antidroga a antisuicidios pasando por antiabortistas), Ewan McGregor y compañía corriendo por las calles de Edimburgo y el Lust for life de Iggy Pop de fondo constituye uno de los comienzos más gloriosos de la historia del cine. Plantea una dicotomía espuria (y peligrosa) que justifica el comportamiento de esta pandilla de toxicómanos: o eliges la rutina, los convencionalismos y el futuro gris que supone la vida, o eliges la rebeldía, con todo lo que ello implica. Ellos eligen este segundo camino, aunque ello les aleje de la vida.  Obviamente se trata de Trainspotting. No es necesario añadir nada más a la perfección.

 


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