Manuel Vilas: "La literatura es un encuentro entre dos soledades"

La edición 2024 de la Feria del Libro de Elche fue todo un éxito tanto de asistencia como de ventas, y gran parte de ese éxito se debe a un buen programa de actividades, con encuentros, coloquios y mesas redondas con escritores de todo tipo y condición. Entre todas ellas la que, para mi gusto, se llevó la palma fue la charla que mantuvieron Manuel Vilas y Benjamín Prado, con la moderación de José María Asencio y la música, la poesía y la historia como sugerentes premisas. Resultó tan interesante que me he tomado la libertad de compartir aquí mis anotaciones. Lo haré en dos partes, cada una de ellas con las reflexiones de uno de estos dos grandes de las letras hispanas contemporáneas. Y, aprovechando la inminete publicación de su nuevo libro, que llevará por sugerente nombre El mejor libro del mundo,  comenzamos con Manuel Vilas.

Manuel Vilas (Foto: Carlos Ruiz, El Confidencial)

 

José María Asencio: ¿Por qué Bob Dylan se negó a recoger el Nobel de literatura?

Yo soy más experto en Lou Reed que en Bob Dylan, pero puedo dar algunas razones. Lo que es relevante para una estrella de la música popular no es lo mismo que para un escritor. Para Dylan el premio más grande son los miles y miles de seguidores que tiene en todo el mundo. Un premio Nobel para una estrella del rock and roll es decorativo, pero no significativo. Le das el Nobel a un escritor y va aunque sea a rastras, pero Dylan no tenía necesidad. Una de las cosas más fascinantes de la cultura popular es que nunca ha necesitado de ningún bastón institucional, de ningún premio, de ningún asidero académico que le dé protagonismo. La música popular se ha impuesto por su propia energía y fuerza creativa en el mundo entero. Tampoco fue a recoger el Príncipe de Asturias, es como si estuviera más allá de cualquier reconocimiento institucional.

El dinero, en cambió, sí lo aceptó. La pela es la pela... En cualquier caso, personajes así hay muchos.

Sartre rechazó la pasta del Nobel, pero unos años después, se ve que tenía que pagar una cosa y lo pidió. Entonces le dijeron que ya no se lo daban.

Aprovechando esa cuestión que mencionabas de la cultura popular, antes la clase alta cultural (que también era la económica), escuchaba a Brahms o Chopin, tenía un piano en casa y era deshonroso e inconcebible decir que también escuchaba música rock. Esto cambió y aparecen políticos como Jack Lang en Francia o Tierno Galván en España que comprenden que la música popular puede ser un medio útil para acercarse al pueblo. No sé que pensarás de esto, de la utilización por parte de los políticos de izquierda de la cultura popular para unificar a la juventud sin importar su procedencia.

En la escena vanguardista neoyorquina de finales de los sesenta estaba The Factory, de Andy Warhol, en la que la alta cultura y la cultura popular quedaban igualadas. Yo creo que los de mi generación ya no hacían distinción entre ambos tipos de cultura que podías estar leyendo a Hegel mientras sonaba en el tocadiscos el último de los Stones y ambas manifestaciones quedaban en el mismo nivel. Esto antes de mi generación no ocurría, había un muro entre Joyce o Shakespeare y los Stones. También hay otra cosa interesante, y es que el rock (o la música popular), además de seducir a millones de jóvenes de todo el mundo, genera una industria. Lou Reed, David Bowie, Sex Pistols o The Doors podían estar demonizados, pero la gente compraba sus discos, y los escándalos que muchas veces provocaban eran incluso bienvenidos por la industria porque les hacía vender aún más. Así, no se puede entender la historia del rock sin la creación de la industrial musical.

Hablando ahora de literatura, el escritor ¿escribe para sí o escribe para los demás?

Cada escritor tiene su propia opinión sobre esto. Yo escribo para el lector. Para mí, la literatura no se da cuando un escritor está en su casa escribiendo un libro. Ahí sólo hay un señor escribiendo. La literatura se produce cuando otro señor (o señora) compra el libro, llega a su casa, se sienta en su sofá, lo abre y comienza a leerlo. A eso llamamos literatura y así la entiendo yo, una comunión misteriosa y maravillosa entre un escritor y un lector en la que, probablemente, hay un encuentro entre dos soledades: la soledad del que escribe y la soledad del que lee, y ambos dejan de estar solos en ese proceso. 

Decía Borges que el lector es tanto o más importante que el escritor porque escribe el libro cuando lo lee.

Y la lectura que hace el lector de un libro va a misa. El autor no es propietario de lo que escribe.

¿Y qué pasa con las traducciones? Porque Milan Kundera, por ejemplo, repasaba las traducciones que hacían de sus libros, no fuera a ser que hubieran escrito un libro distinto al que él había hecho.

Con las traducciones tengo anécdotas interminables. Las del francés, inglés o italiano sí puedo revisarlas un poco por conocimiento de esos idiomas, pero a mí me han traducido al árabe o al chino, y no tengo ni idea de lo que habrán traducido ahí. Lo que sí sucede es que cuando los traductores son buenos los libros tienen una repercusión extraordinaria en sus países, por lo que es muy importante la figura del traductor. Luego es el traductor el que elige qué tipo de relación quiere tener con el escritor. Hay algunos que no quieren saber nada de ti y hay otros que te vuelven loco con preguntas interminables, como la que me traduce al neerlandés.


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