Los papeles póstumos del club Pickwick (Charles Dickens)

 


Las penurias que sufrió Charles Dickens en su infancia y adolescencia le harían digno protagonista de una novela de Charles Dickens, las cosas como son. Con su padre en la cárcel por moroso, su madre y hermanos optaron por ser recluidos junto a él mientras el niño Charles trabajaba diez horas diarias en una fábrica. Cuando su padre consiguió al fin saldar sus deudas y salir de prisión, pudo nuestro hombre (entonces un adolescente) retomar sus estudios y, una vez acabados, fue enlazando trabajos de poca monta como recadero en un bufete de abogados, relator en un tribunal y redactor parlamentario para un periódico. 

Pero a los 24 años recibió el encargo que cambiaría su vida: realizar una serie de relatos de corte costumbrista que se publicarían por entregas en el Evening Cronichle como acompañamiento de unas ilustraciones de Seymour, un célebre dibujante de la época. En esos relatos narraría las peripecias del presidente y tres miembros del club Pickwick, una sociedad londinense que, a modo de parodia de las aventuras de los ilustres exploradores que recorrían el mundo y que estaban tan en boga en la época, realizaba investigaciones tan interesantes como el origen de las fuentes de los estanques de Hampstead con algunas observaciones sobre la teoría de los renacuajos.

Las dos primeras entregas pasan casi desapercibidas, pero eso cambia cuando, en la tercera, Dickens introduce al personaje de Sam Weller, momento que en el libro sucede más tarde porque cambió el orden de los capítulos al publicarlos más adelante en un único tomo. A partir de ese momento se produce un espectacular aumento de las ventas.

No es baladí que se compare Los papeles póstumos del Club Pickwick con el Quijote. En la novela de Dickens tenemos al personaje que habla de manera aristocratizante, que es el propio Pickwick, y al tipo vulgar y divertido que le da la réplica, que es Sam Weller, y ambos podrían equipararse a Don Quijote y Sancho Panza respectivamente. Además, otro punto de semejanza con la novela de Cervantes está en la intercalación de historias independientes dentro de la narración general.

En Los papeles póstumos del Club Pickwick todo (o casi todo) es amabilidad y buenrollismo. Es una lectura que libera serotonina a granel gracias a sus diálogos brillantes y situaciones que nos mantienen enganchados a sus más de mil páginas. Tal fue su trascendencia que se convirtió en todo un fenómeno del marketing. Es, quizá, el primer ejemplo de fenómeno fan de la historia, siendo citado en otras novelas como Mujercitas o El templete de Nasse House (de Agatha Christie). También apareció merchandising tan variado como juegos de café o sombreros, y hasta se crearon múltiples clubes de imitadores.

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