Electra (Benito Pérez Galdós)

A Benito Pérez Galdós (1843-1920) se le recuerda hoy, con todo merecimiento, como novelista. No en vano, de su prolífica pluma han salido algunos de los volúmenes fundamentales de las letras hispanas, como Fortunata y Jacinta, Tristana, Miau o Trafalgar, obra esta última que, por cierto, abre sus Episodios Nacionales, colosal ejercicio de fusión entre novela e historia. Pero por si todo esto no fuera suficiente para reservarse un puesto en el olimpo escritoril patrio, también  desarrolló una (tan exitosa en su tiempo como injustamente olvidada hoy) carrera dramatúrgica. “Yo enjaretaba dramas y comedias con vertiginosa rapidez, y lo mismo los hacía en verso que en prosa”, afirmó él mismo en su autobiografía Memorias de un desmemoriado, los que nos da una idea de su gusto por este género.

Su mayor éxito en las tablas fue Electra, estrenada el 30 de enero de 1901 en el Teatro Español de Madrid. Narra la historia de una joven huérfana tutelada por un siniestro jesuíta que intenta convencerla de que el hombre del que está enamorada, un científico liberal, es en realidad su hermano y, por tanto, no puede casarse con él y lo que debería hacer es entrar en un convento. Se trata de una crítica al fanatismo, a la superstición y a la manipulación de la conciencia que tanto gustaba ejercer a la Iglesia. Y, claro, esto no gustó nada ni al sector eclesiástico ni a las esferas más reaccionarias del país. Pérez Galdós se erigía en representante de la lucha por el progreso frente al oscurantismo y el olor a naftalina predominante.

Imagen: Christian Franzen, Electra. Drama en cinco actos, de D. Benito Pérez Galdós, Blanco y Negro.

 

"En Electra puede decirse que he condensado la obra de toda mi vida, mi amor a la verdad, mi lucha constante contra la superstición y el fanatismo, y la necesidad de que olvidando nuestro desgraciado país las rutinas, convencionalismos y mentiras, que nos deshonran y envilecen ante el mundo civilizado, pueda realizarse la transformación de una España nueva que, apoyada en la ciencia y la justicia, pueda resistir las violencias de la fuerza bruta y las sugestiones insidiosas y malvadas sobre las conciencias", dijo el autor en una entrevista para el Diario de Las Palmas unos días después. Esto le valió el aplauso de la sociedad liberal y progresista tanto como el odio de militancia cerril y, según algunas teorías, pudo ser la causa de que se conspirara en su contra para impedirle ganar el Nobel de literatura.

Terminada la representación, Galdós, tuvo que salir al escenario hasta catorce veces para recibir los vítores del público. Aplaudía con fervor el ministro Canalejas y agitaba su sombrero Marcelino Menéndez Pelayo. Y a la salida del teatro un grupo de unos quinientos admiradores acompañó a Galdós entre vítores hasta su domicilio en una manifestación de entusiasmo tan inusual como inolvidable. Por eso, el Heraldo de Madrid publicaría al día siguiente: "¡Resurrección! España, que se creía muerta, respira como Electra. España, que parecía no responder a ningún llamamiento del deber después de la derrota, vive y alienta cuando se toca su libertad. España, a quien se le señalaba en Europa como a manera de vertedero donde van a parar las aguas pútridas que expulsa la comunidad civilizada, se dispone a obrar por sí misma la labor de higienizar y sanear su alma y su cuerpo. España, que languidecía anémica, se recobra y se levanta y enseña sus puños a la reacción clerical, España aún tiene tribuna parlamentaria, aún tiene teatro, aún tiene novela, aún tiene Arte, aún tiene prensa".  La prensa conservadora, por el contrario, se lamentaba y decía que mal favor le hacían a Galdós estos admiradores que convierten su drama en artículo de una minoría sectaria contra los sentimientos de la mayoría de los españoles. Las crónicas daban cuenta de los muchos gritos que se habían escuchado en aquel teatro clamando "abajo los jesuitas" o "viva la libertad, abajo la reacción". 
 
De este modo, y como señala Carlos Acosta  en Alegando Magazine, el estreno de Electra fue "uno de los mayores acontecimientos de la historia del teatro español, porque su efecto se extendió mucho más allá de las tablas del escenario".

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