Retrato de Pablo de Valladolid (Diego de Velázquez)

Entre las muchas cosas que singularizan el catálogo de Velázquez figura un grupo de obras que tienen como tema a bufones y lo que en general se llamaban "hombres de placer", cuya misión era entretener, con sus singularidades físicas o mentales o sus golpes de ingenio, los ocios de la corte. Son personajes cuya presencia se documenta en algunas cortes europeas desde finales de la Edad Media, y que se hicieron especialmente abundantes en España durante el reinado de Felipe IV. Antes de que los pintara Velázquez habían sido objeto de representación por parte de otros artistas, pero ninguno cultivó con más asiduidad el tema que el sevillano.

Velázquez tuvo la posibilidad de sentirse más libre en el tratamiento y en la técnica utilizada en sus retratos de bufones. En cada uno de ellos propone una técnica, un recurso, un tratamiento distinto al anterior y totalmente innovador. Tan innovadoras resultan sus propuestas que esta galería de retratos puede ser considerada como uno de los hitos del retrato en occidente.

El pífano

Manet definió este Retrato de Pablo de Valladolid como "quizá el trozo de pintura más asombroso que se haya pintado jamás", principalmente por un único y novedoso aspecto: la sombra. Prueba de la admiración que manifestaba por este lienzo es que le sirvió de inspiración para su El pífano, en donde lleva un paso más allá, si cabe, ese uso de la sombra.

Velázquez crea un espacio real que, pese a no tener referencias físicas, evita que el personaje levite en el espacio, y esto lo consigue gracias al juego de luces y sombras. Esa sombra hace que Pablo de Valladolid asiente los pies en el suelo con realismo y verosimilitud, ya que ni siquiera existe la distancia que marcaría la separación entre el suelo y la pared, que es el recurso más habitual utilizado por los pintores.

Pablo de Valladolid
Diego de Velázquez
Óleo sobre lienzo
Hacia 1635
Museo del Prado (Madrid)

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