Juan Martín el Empecinado (1775-1825) fue un campesino que en 1808 organizó una guerrilla para combatir al ejército francés durante la guerra de la Independencia y llegó a convertirse en uno de los más importantes elementos de la resistencia española. Pero Juan Martín el Empecinado es también la novena entrega de los Episodios Nacionales, la penúltima de las protagonizadas por el valeroso soldado Gabriel de Araceli y que tienen como escenario la guerra de la Independencia. En entregas anteriores le acompañamos en la batalla de Trafalgar, en el Levantamiento del Dos de Mayo en Madrid, en los asedios de Zaragoza y Gerona o en las calles del Cádiz de las Cortes entre otras aventuras. En esta ocasión los avatares de la guerra contra el francés sitúa a nuestro héroe como integrante de la partida del Empecinado, una de las muchas creadas de forma espontánea por toda España como respuesta activa del pueblo contra la invasión gabacha.
Se trata de una novela de aventuras en toda regla, en mi opinión y con permiso de Trafalgar, la de acción más trepidante de la serie hasta el momento en la que , además, Pérez Galdós se muestra especialmente crítico con el carácter hispano. "Vino Napoleón y despertó todo el mundo. La frase castellana 'echarse a la calle' es admirable por su exactitud y expresión. España entera se echó a la calle, o al campo; su corazón guerrero latió con fuerza, y se ciñó laureles sin fin en la gloriosa frente; pero lo extraño es que Napoleón, aburrido al fin, se marchó con las manos en la cabeza, y los españoles, movidos de la pícara afición, continuaron haciendo de las suyas en diversas formas, y todavía no han vuelto a casa", dice en un momento de la novela Galdós hablando por boca de Gabriel, unas palabras que habrían bastado para tildarle de afrancesado unos cuantos años antes y que reflejan muy bien el escepticismo del autor para con las motivaciones de sus paisanos. A diferencia de los franceses, que aparecen en general representados como individuos dotados de un mínimo de rectitud moral (teniendo en cuenta las circunstancias), Galdós representa a los españoles, salvo excepciones, como sujetos sádicos, analfabetos y carentes de principios, individuos que se han visto lanzados a la guerra por una causa justa pero que pronto se ha visto pervertida por el inevitable carácter autodestructivo, la picaresca y el sadismo que forman parte del ADN ibérico. Seres capaces de asesinar por la espalda, traicionar a sus camaradas e incluso esquilmar a sus propios paisanos.
Gabriel es testigo de ese poco edificante panorama guerreando junto al Empecinado y, al mismo tiempo, su corazón está con su amada Inés. Así, reaparece en la trama su archienemigo don Luis de Santorcaz que, además de un traidor que trabaja al servicio de los franceses, es el padre no reconocido de la susodicha y tiene para ella planes en los que no entra nuestro héroe y que éste tratará de desbaratar. Si lo consigue o no no lo sabemos porque el final queda abierto para la última entrega, pero lo que sí nos deja claro Galdós es que tras un plano general en el que el español queda como un pueblo heroico en lucha por su libertad, se ocultan múltiples primeros planos de bajeza moral y saña injustificada que no nos dejan en muy buen lugar y que, por otro lado, supongo que, aunque aderezado por el gen patrio, será el modus operandi habitual del ser humano en cualquier guerra de las que en el mundo han sido, son y serán
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