Y no quedó ninguno (Agatha Christie)

 

Conocida inicialmente como Diez negritos, las cosas de la corrección política han rebautizado a esta novela de Agatha Christie, una de las más célebres de la ya de por sí celebérrima autora, como Y no quedó ninguno, en un lavado de cara que también incluye cambiar la palabra "negro" (o "negrito") por la palabra "soldado" (o "soldadito") a lo largo de todo el texto. 

 En la pequeña isla del Soldado, cercana a la costa inglesa de Devonshire, existe una mansión que, según parece, ha sido adquirida por un excéntrico y misterioso millonario. A ella son citados con distintas excusas ocho desconocidos que, al llegar, encuentran que su anfitrión no está y ha delegado su recibimiento en una pareja de sirvientes. Todo sigue unos cauces de relativa normalidad hasta que al terminar la cena un gramófono se pone en marcha y deja oír un mensaje en el que se acusa a los huéspedes de ser los culpables de haber acabado con la vida de otras personas en el pasado. Y al ritmo que desaparecen una a una las figuras de diez soldados que decoran la mesa del salón, van desapareciendo también cada uno de de ellos. Además, la Christie está tan segura de su maestría que hasta nos hace un spoiler: desde el principio sabemos cómo irán cayendo los protagonistas porque lo harán siguiendo la letra de una canción infantil que cuelga enmarcada en cada habitación:

Diez soldaditos salieron a cenar.
Uno se ahogó y quedaron nueve.
Nueve soldaditos trasnocharon mucho.
Uno no se despertó y quedaron ocho.
Ocho soldaditos viajaron por Devon.
Uno se escapó y quedaron siete.
Siete soldaditos cortaron leña con un hacha.
Uno se cortó en dos y quedaron seis.
Seis soldaditos jugaron con una colmena.
A uno de ellos le picó una abeja y quedaron cinco.
Cinco soldaditos estudiaron derecho.
Uno de ellos se doctoró y quedaron cuatro.
Cuatro soldaditos se hicieron a la mar.
Un arenque rojo se tragó a uno y quedaron tres.
Tres soldaditos pasearon por el zoo.
Un oso los atacó y quedaron dos.
Dos soldaditos estaban sentados al sol.
Uno de ellos se quemó y quedó uno.
Un soldadito se encontraba solo.
Y se ahorcó, yo no quedó ninguno.

Los diez personajes no quieren creer en un principio lo que está sucediendo, pero pronto se verán sobrepasados por la realidad de los acontecimientos y comenzarán a recelar los unos de los otros porque, con la isla incomunicada por un temporal y sin más habitantes en el lugar, lo lógico es pensar que uno de ellos es el asesino. Y en ese ambiente claustrofóbico vemos cómo el grupo va menguando de forma inversamente proporcional a la tensión que los atenaza. A ellos y a nosotros que, como espectadores, asistimos a un espectáculo similar al de los documentales de La 2, cuando vemos a una pobre manada de gacelas huyendo de un ataque de leonas y sabemos que la cosa va a acabar malamente.

Cuando la policía por fin puede llegar a la isla se encuentra con un espectáculo al que no sabe cómo darle explicación, ya que hay demasiados fiambres y ningún asesino. Pero el misterio se aclara unos días después cuando un pescador encuentra una botella con una carta de confesión en su interior.

La propia autora afirma en el prólogo de la novela que fue todo un reto idear una historia en la que hubiera diez muertes y mantuviera un mínimo de verosimilitud, pero como no podía ser menos tratándose de la más grande, la prueba fue superada sobradamente hasta el punto de crear un modelo narrativo que desde entonces se ha repetido cientos de veces sobre todo en cine y televisión. Seguro que te vienen a la cabeza múltiples ejemplos de series o películas con personajes atrapados en manos de un ejecutor justiciero, como por ejemplo la saga de Saw. Un, dos tres, responda otra vez. 

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