Todos deberíamos leer a Tolstói. Y no me refiero tanto a Anna Karenina o a Guerra y paz (que también) como a sus cuentos, auténticas joyas cuyas moralejas, si fuéramos capaces de aprehenderlas y ejecutarlas, nos harían mejores como personas y como sociedad. Siempre pienso lo mismo cuando leo alguno, y hoy me ha pasado con Cuánta tierra necesita un hombre, texto que, por cierto, James Joyce definió como una de las mejores historias jamás escrita. Lo dedico con especial cariño a todos aquellos cuyo único motor vital es el dinero. Esos que, corroídos por la ambición, se la pasan maquinando el modo de acumular cada vez más y más riqueza sin importar a quién haya que pisar o engañar para conseguirlo. Porque, amigo mío, te voy a hacer un espoiler: ya sea en 1886 (que es cuando Tolstoi lo escribió), en 2025 o en 2178, por muchas fanegas de tierra que acapares en vida, cuando fenezcas te va a sobrar con un metro cuadrado, que es, según he calculado, la superficie de un ataúd estándar.
Lo he leído en la traducción de Víctor Gallego para Alba Editorial.
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