De galletas y cine

Hoy traigo una pequeña curiosidad que tiene que ver con las galletas y el cine. Y no, no voy a hablar de las que repartía Bud Spencer, que Dios tenga en su santa gloria, sino de galletas de verdad, de las que se toman (quien las tome) mojadas en leche. Es una anécdota que a lo mejor tú que eres muy listo conocías ya, pero que yo escuché de pasada anoche y me ha tenido en un sinvivir hasta que esta mañana me he levantado y lo he podido comprobar.

Vámonos a 1922. En esa fecha se estrena en España El chico, uno de los filmes más recordados del gran Charles Chaplin y en la que aparece un niño de siete años, de nombre Jackie Coogan, que borda el papel de compañero de fatigas del infatigable Charlot en la película. Su éxito interpretando al pícaro pero también tierno infante vagabundo de suburbio fue tal que empezaron a lloverle ofertas de trabajo, que le llevaron a interpretar a Oliver Twist, Tom Sawyer o Hucleberry Finn entre otros, y acabó convirtiéndose en el primer niño prodigio de la historia del cine

El caso es que en aquella época era habitual que en España se pusieran apodos a las grandes estrellas del cine internacional, de modo que Charles Chaplin era Charlot, a Buster Keaton le llamaban Pamplinas nuestros abuelos y Oliver Hardy y Stan Laurel se presentaban en los cines patrios como El Gordo y El Flaco. También Jackie Coogan disfruto del privilegio, reservado sólo a los más grandes, de ser rebautizado en España, y lo fue con el nombre de Chiquilín. Así, sus películas se estrenaban en España con títulos como Chiquilín, artista de circo (1923) o Chiquilín no tiene enmienda (1921). Y aquí es donde, como ya habrás imaginado, entran las galletas.
 
Cartel promocional de Chiquilín de Artiach (Emilio Ferrer, colección online Museo de Bellas Artes de Bilbao, 1935)

 
En 1927, en plena efervescencia de Coogan, Gabriel Artiach, galletero bilbaíno y gran aficionado al cine, crea un tipo de galleta distinto a la genérica galleta maría de la época. Para aprovechar el tirón que tenía entonces el actor, sobre todo entre el público infantil, bautizó su creación como Chiquilín y comenzó a publicitarla valiéndose de la imagen de un niño de aspecto muy similar al Chiquilín cinematográfico, en lo que hoy sería, seguramente, un rozar el larguero de los derechos de imagen.

Pasaron los años y la estrella de Jackie Coogan fue apagándose como hemos visto que sucede tantas veces con los niños prodigio. La industria fue dándole la espalda cuando dejó de ser un chico adorable, el público que le idolatraba fue olvidándose de él mientras que sus padres se fundían la inmensa fortuna que había reunido el zagal, de la que sólo le quedaron una tristes migajas. Vamos, algo que te resultará familiar, sobre todo si eres Macaulay Culkin. Mientras, hoy, casi un siglo después y en contraste con los avatares sufridos por quien les dio nombre, las Chiquilín de Artiach siguen en plena forma y estando presentes en el desayuno de miles de españoles.

Nota del autor: ninguna galleta ha sido ingerida durante la realización de este reportaje.

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