La casa de Bernarda Alba (Federico García Lorca)

 

Tengo que confesar que no me entusiasma el teatro de Federico García Lorca (abro paraguas, chubasquero y escudo antimisiles). La razón es que me parece demasiado intensito y folklórico, y de un histrionismo argumental que provoca que hasta lo cotidiano tome matices excesivos. Podemos decir, salvando las distancias, que Federico era el Almodóvar de su tiempo. O viceversa. Por eso lo tuve abandonado durante mucho tiempo, hasta que hace unos días me animé a echarle mano a La casa de Bernarda Alba. Según parece, el genial autor granadino la escribió en apenas unos días, se la leyó a varios amigos en lecturas privadas entre mayo y junio de 1936 pero no llegará a verla representada pues la barbarie fascista se lo llevó por delante en agosto de 1936.

Considerada la obra cumbre de su dramaturgia, no se estrenó hasta 1945, y lo hizo al otro lado del charco, en el Teatro Avenida de Buenos Aires. Y, por supuesto, con la actriz catalana Margarita Xirgu a la cabeza del reparto, musa lorquiana hasta el punto de que el manuscrito de la obra había sido concebido por Lorca pensando en ella como protagonista. 

Tras perder a su segundo esposo, Bernarda Alba obliga a sus hijas a seguir un luto muy severo, que conlleva el encierro dentro de  las paredes de casa. Bernarda representa la autoridad, la tradición, la represión, el egoísmo y  la sumisión. Algo así como la supremacía de la muerte sobre la vida, la opresión dominadora de la mujer contra las mujeres, porque, al haber quedado ella desterrada de cualquier expresión de sensualidad y de belleza carnal, también se la negará a sus hijas. La casa es el espacio cerrado y claustrofóbico, en contraposición de otros personajes que habitan en el mundo exterior y parecen gozar de una libertad prohibida para las hijas reclusas. 

Su hija mayor es Angustias, que tiene 39 años y es la heredera de la fortuna de su padre (el primer marido de Bernarda) fallecido. Por eso la pretende Pepe el Romano, pese a que no siente ningún deseo por ella. Magdalena cuenta 30 años y se ha entregado, completamente resignada, a esa jerarquía dominante impuesta por la madre. Lo mismo le sucede a Amelia, a sus 27 años. Martirio tiene 24 y podría haberse casado, pero su madre se lo impidió, y desde ahí se puede entender el rencor que la corroe. Por último, Adela, con sus 20 años, es la más joven y representa la rebeldía. Todavía espera mucho de la vida, y tiene razones sobradas para ello, pues posee una gran belleza además de valentía. Por todo ello, no se ha resignado a su negro destino como sus hermanas. Es consciente del deseo que despierta en el novio de su hermana mayor que, a su vez, es amado por Martirio Y es eso lo que prenderá el chasquido final (o inicial, según se mire). En torno a ese poliedro amoroso que tiene como vértice principal a Pepe el Romano, la escalada dramática es rotunda, cargada de lirismo y simbolismo que, aunque intente sustentarse en el realismo social, no deja de ser marca de la casa. 

Dije al principio que no me entusiasmaba el teatro de Federico García Lorca, y sigue sin ser mi favorito, pero esta nueva relectura hecha desde un mayor conocimiento de su universo me ha permitido descubrir matices y significados muy estimables y, en estos tiempos que corren, un mensaje último muy a tener en cuenta respecto a la libertad de la mujer. 

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