Como si de un retrato oficial se tratara, Henri Rousseau (1844-1910) se representa en este lienzo de pie, rígido, con un traje negro decorado en el ojal, con una medalla (quizá ese reconocimiento académico que le hubiese gustado recibir), con la boina bien ajustada y sosteniendo con orgullo la paleta, en la que aparecen grabados los nombres de sus dos esposas (Clemence y Josefina) y el pincel. Tras él, un barco decorado con banderolas, un globo aerostático volando entre las nubes, un puente, los tejados de unos edificios e incluso la torre Eiffel, que había llegado al cielo parisino sólo un año antes. Todos estos elementos parecen hacer referencia a la modernidad que avanza con pasos agigantados en esos años finales del siglo XIX.
Cuando Rousseau realizó esta obra, en 1890, aún compaginaba su afición a la pintura con su trabajo como recaudador de impuestos sobre las mercancías que entraban en París, de donde viene su apodo de "El Aduanero". Sin embargo, tres años después dejó su empleo para dedicarse únicamente a los pinceles. Fue entonces cuando comenzó a llamar la atención en los círculos intelectuales de la época y a ser reconocido como pintor serio. A partir de entonces saldrían de sus pinceles imágenes inspiradas por un mundo primitivo, un paraíso perdido rebosante de una naturaleza exuberante e intacta, de selvas oníricas y animales salvajes de ojos casi humanos, todo ellos pese a que jamás salió de Francia. La gitana dormida, La encantadora de serpientes o El sueño son algunos ejemplos. ¿Su inspiración?: el Jardín Botánico de París, del que era asiduo visitante.
Yo mismo: retrato-paisaje
Henri Rousseau
1890
Óleo sobre lienzo
Galería Nacional de Praga (República Checa)

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