Tengo el convencimiento de que si Roberto Fontanarrosa (1944-2007) hubiera nacido ocho mil kilómetros más al norte de donde lo hizo sería ahora mismo un icono mundial del humor inteligente a la altura, cada uno en su campo, de Woody Allen, por poner un ejemplo. Pero los hispanoablantes nos habríamos perdido la magistral forma de jugar con el idioma que se gastaba el rosarino. Fue grande como guionista o como historietista, pero es en el cuento donde, en mi opinión, su talento florece con mayor brío. Algún día dedicaré una entrada a sus cuentos de fútbol, pero hoy quiero hablar de Isidro Babel, creador del ausentismo, todo un despliegue de humor y sarcasmo. En él conocemos al susodicho Isidro Babel, talentoso artista que, en 1935, crea una nueve corriente artística: el ausentismo. O sea, la ausencia total de la obra.
Fontanarrosa recurre a distintos estudiosos y biógrafos de la obra de Babel para ir contándonos su vida, sus años de formación (que comenzaron con su profesor Epicúreo Anselmi, un experto en el dibujo a mano alzada que se lo tomo tan a pecho que acabó simpatizando con el partido nazi), su época de experimentación y el punto culminante: su primera exposición de obras ausentes. Esta corriente fue muy bien acogida por la Iglesia porque, en palabras del propio Babel, "mi filosofía apunta por sobre todas las cosas fundamentalmente a la Fe".
Entre sonrisa y sonrisa, el escritor argentino nos sitúa ante la versión moderna del sastre nuevo del emperador, un embaucador que se aprovecha de la ignorancia y el esnobismo para hacer fortuna, en un relato breve en extensión pero enorme en carga satírica.
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