Hace casi treinta años (madre mía, cómo pasa el tiempo) que leí por primera vez El capitán Alatriste, el primero de la saga de la que luego irían cayendo todos los demás uno tras otro. Y claro, ahora que Arturo Pérez-Reverte se ha animado a retomar la serie con Misión en París, no he tenido más remedio que comenzar la relectura de los tomos anteriores para refrescar la memoria. Y si ya la primera vez que me acerqué a sus aventuras me gustaron, ahora que tengo mayor bagaje lector y personal, la palabra que mejor puede definir lo que he sentido es fascinación. Porque El capitan Alatriste es una novela de aventuras en la que la aventura es una fantástica excusa que utiliza el autor para hacernos un collage de la sociedad española del siglo XVII. No en vano, el propio Pérez-Reverte confesó en una conferencia que la idea surgió cuando vio un libro de historia de su hija en el que despachaban el Siglo de Oro en apenas un par de páginas, pasando como de refilón por uno de los momentos más especiales de la historia de España.
Publicado en 1996, El capitán Alatriste comienza con una frase que, hablando de historia, también lo es ya de la literatura castellana: “No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente”. Así, con una sola frase, Pérez Reverte traza el preciso perfil de Diego Alatriste y Tenorio, soldado de los tercios de Flandes que malvive en Madrid alquilando su espada a quien la haya menester. Tiene a su cargo a Íñigo Balboa, hijo de uno de sus compañeros que falleció en la batalla, que es quien se encarga de contarnos las vivencias de su amo. Por cierto, es éste el único punto débil que le encuentro. Lo cierto es que utilizar la primera persona en una narración de tal envergadura es un recurso arriesgado y difícil, como ya comprobó en sus carnes Benito Pérez Galdós en la primera serie de los Episodios Nacionales. "Con mi habitual imprevisión adopté la forma autobiográfica, la cual, si bien no carece de encanto, tiene grandísimos inconvenientes para una narración larga, y no puede de modo alguno sostenerse en el género novelesco-histórico [...] la forma autobiográfica es un obstáculo constante a la libertad del novelista y a la puntualidad del historiador" diría el autor canario entonces, y quizá Pérez-Reverte debería haber aprendido de su error, porque a veces, durante la lectura de El capitán Alatriste, uno se pregunta cómo puede contar con tanto detalle Íñigo Balboa sucesos en los que no estaba presente.
Pero, dejando de lado ese detalle, para su primera aventura, Alatriste es reclutado junto a otro espadachín a sueldo, el italiano Gualterio Malatesta, para asaltar a un par de viajeros ingleses. La orden es asesinarlos, pero en el último momento nuestro protagonista ve que algo no cuadra y desobedece, lo que le va a granjear peligrosos enemigos.
Además de la trama y los personajes de ficción, por las páginas de El capitán Alatriste se pasearán Francisco de Quevedo, un Velázquez recién llegado a la Corte, el conde duque de Olivares, Lope de Vega o el mismísimo Felipe IV, y de la mano de todos ellos visitaremos un Madrid brillante y decadente, capital del imperio más poderoso del mundo pero que al mismo tiempo, de puertas para adentro, se desmorona por culpa de la corrupción, la miseria y la picaresca. Una época que pasó a la historia como el Siglo de Oro pero en el que el pueblo luchaba como podía por llevarse un plato caliente a la boca. Pérez-Reverte acierta doblemente porque la narración es trepidante y nos mantiene en vilo con su trama de acción y, al mismo tiempo, nos sumerge con eficacia en la época, instruyéndonos sobre un momento de nuestra historia que en España nos empeñamos en olvidar incomprensiblemente.

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