Hijas de su tiempo y (en palabras de la Academia Sueca) herederas de las grandiosas tradiciones del drama español, debemos reconocer que sus obras no han resistido bien el paso de los años y es difícil verlas representadas hoy día, pero resultan un buen instrumento de arqueología e incluso sociología literaria; aunque hoy nos puedan parecer argumental y estilísticamente complicadas de defender (por ser generoso), nos permiten profundizar en los gustos de la época, y con esas gafas hay que leerlas.
En Mancha que limpia, Doña Concepción es una generosa dama de la alta sociedad que acogió bajo su tutela a dos niñas huérfanas: Matilde y Enriqueta. En el momento en el que trascurre la acción ya se han convertido en sendas jovencitas casaderas de caracteres muy distintos. Matilde es una joven rebelde, mientras que Enriqueta es dulce e inocente. O eso, al menos, parece. Fernando, el hijo de doña Concepción está destinado a casarse con ésta, pero a quien ama es a Matilde pese a que ello escandalice a su madre. ¿Triunfará al final el amor o sucumbirá Fernando a los deseos de su madre? ¿Es Matilde tan mala y Enriqueta tan buena?
Decíamos al principio que Echegaray duerme el sueño de los olvidados, y podemos añadir que por fortuna para él porque, si no, sería hoy objeto de críticas, improperios y firme candidato a la cancelación, con Mancha que limpia como una de las culpables de ello. No destriparemos el final por si alguien se anima a leerla, pero el desenlace escandalizaría a cualquiera en 2023. Para llegar a ese desenlace tenemos que atravesar un bosque de relamidos diálogos (algunos no carentes de ingenio y humor, es cierto) y situaciones que harían echar espumarajos por la boca a Irene Montero o a cualquiera que no sepa situarla en su zeitgeist. Es, en resumen, un drama que, como casi todo el teatro burgués español tan en boga por entonces, difícilmente resiste una relectura actual, pero que es interesante para los amantes de la historia de la Literatura.
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