Islas y aventura forman un matrimonio indisoluble desde hace siglos en la Literatura Universal. Un entorno tan propicio como el de una ínsula desierta ha dado pie a que mucho autores lo hayan elegido para ambientar las más diversas historias aprovechando sus múltiples posibilidades, entre las que destaca la capacidad evocadora que suscita en el lector. Porque, ¿quién no se ha imaginado alguna vez señor de una inexplorada isla del Pacífico?
El verano es, además, la época ideal para leer este tipo de narraciones, refrescantes y con olor a salitre. Por eso vamos a hacer un recorrido por algunas de las más importantes obras literarias que tienen como escenario islas desiertas a modo de invitación para que os sumerjáis de nuevo en ellas.
Por supuesto, nuestro punto de partida debe ser Robinson Crusoe. La opinión generalizada es que Daniel Defoe se inspiró en el caso real del marino escocés Alexander Selkirk para componer una de las más celebres novelas de la historia. Tripulante de un buque que se dedicaba al comercio, pero también a la piratería si la ocasión era propicia, en el archipiélago de Juan Fernández pidió quedarse en una isla, aún a sabiendas de que estaba deshabitada, si no se realizaban las reparaciones que necesitaba el barco para garantizar su seguridad. Enfrentado a esa disyuntiva, el capitán no tuvo dudas: desembarcó unos cuantos productos básicos de supervivencia y le dijo al precavido Selkirk "ahí te quedas". Conocedor de su historia, aunque sin seguirla fidedignamente, en 1719 Daniel Defoe publica su Robinson Crusoe que se convierte de inmediato en un gran éxito.
A la sombra del héroe de Defoe, en 1812 J.D. Wyss escribe El Robinson suizo. En esta ocasión es una familia entera la que, tras un naufragio, encuentra la salvación en una isla desierta. Wyss realizó su novela para entretener a sus hijos al mismo tiempo que les educaba en historia natural, ciencias y supervivencia. Como era pastor (no de cabras, sino de almas) esa vocación se refleja en toda la novela, en la que las enseñanzas van siempre entretejidas con una buena dosis de moralidad.
Tras Robinson Crusoe, el otro gran clásico de la literatura isleña es La isla del tesoro, del escoces Robert Louis Stevenson. Cuentan que un día su hijastro le enseñó el mapa de una isla que había dibujado y, para entretenerlo, Stevenson se dedicó a poner nombres a los distintos accidentes geográficos que aparecían, contándole al niño sobre la marcha la historia de un tesoro escondido y de unos piratas. Según otras fuentes fue el propio escritor quien dibujo desde el inicio el plano para su hijastro, pero para el caso es lo mismo. Y el caso es que ese fue el germen de una de las más grandes aventuras jamás escritas.
Otro escocés (y, además contemporáneo de Stevenson), Robert Michael Ballantyne es autor de La isla de coral, una historia con su isla desierta, sus arrecifes, sus tiburones, sus piratas y todo lo que podemos desear de una historia de náufragos pero, además, encontraremos lecciones sobre la amistad, la supervivencia y los sueños.
H.G. Wells le dio una vuelta de tuerca al género en 1896 con La isla del doctor Moreau. No estamos ya, en sentido estricto, en una isla desierta, sino en una habitada por un siniestro doctor a la que tiene la desgracia de llegar un náufrago. Aparte de aventuras, Wells nos ofrece una parábola sobre los límites de la ciencia.
Hablando de parábolas, El señor de las moscas esconde, tras la llegada de un grupo de chicos a una isla deshabitada, una alegoría acerca de la naturaleza humana, la eterna lucha entre el orden y el caos y el origen de la maldad. Los chicos son los únicos supervivientes de un accidente de avión, y deben aprender a sobrevivir por sus medios en la isla, para lo que acaban adoptando roles característicos, para bien y para mal, de los adultos. El libro de William Golding es un prodigio de la literatura que admite múltiples lecturas, desde la filosófica que hemos mencionado, hasta la más ligera, propia de un libro de aventuras apto para (casi) todos los públicos. Está claramente influenciada por la ya comentada La isla de coral y por Dos años de vacaciones, novela de Julio Verne que veremos más adelante.
Y es que Julio Verne es el gran rey de la literatura isleña, con hasta tres obras que encajan en esta categoría. La más popular de todas es
La isla misteriosa. Cinco presos logran huir en globo aerostático de la prisión de Richmond y, tras vagar varios días por los cielos, acaban tocando tierra en una isla deshabitada en la que lucharán por la supervivencia con ingenio y una enigmática ayuda.
Las otras dos aportaciones de Verne al género son Dos años de vacaciones y Escuela de robinsones. La primera de ellas, poco conocida pero con gran influencia en William Golding como dije, narra las peripecias de unos niños cuyo buque zarpa accidentalmente antes de lo previsto y da con ellos en una lejana isla en la que tendrán que organizarse para sobrevivir. En la segunda, el joven sobrino de un multimillonario embarca en busca de aventuras junto a su preceptor, pero el barco en el que viajan naufraga y ambos llegan a la consabida isla. En este caso la novela tiene un inesperado giro final que la diferencia del resto de obras del género.
Seguro que se te ocurre alguna más, pero con este ramillete ya tienes un buen muestrario. Te animo a que este verano dejes un momento el chiringuito y te animes a leer o releer alguna de estas joyas.
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