El anillo perdido (Antonio Manzini)


 Del mismo modo que existe la novela negra nórdica, con sus reglas y patrones identificables, también existe un tipo de novela negra que podríamos llamar mediterránea cuyo punto de partida estaría en el entrañable Pepe Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán, su continuación en el comisario Montalbano de Andrea Camilleri y su (hasta ahora) último exponente en el subjefe Schiavone. A la frialdad (y no sólo climatológíca), la oscuridad y el formalismo de los maestros del norte, los del sur suelen ofrecernos personajes con más alma, menos puristas pero también con los que resulta más fácil identificarse. Y así es Rocco Schiavonne.

Antonio Manzini, el padre de la criatura, fue alumno de Andrea Camilleri en la Academia Nacional de Arte Dramático, y eso se nota en el carácter de su retoño, un policía romano que ejerce en Aosta, una pequeña y fría localidad del norte de Italia. Schiavone, que no es persona hasta que se fuma su porro mañanero y que no tiene reparos en participar en apuestas de dudosa legalidad, es tan sagaz como cáustico, tan mordaz como empático con quien lo merece. Es, en resumen, redondo en su imperfección, y lleva desplegando su inteligencia en un buen ramillete de novelas desde Pista negra, aquélla en la que apareció por primera vez.

El anillo perdido es una recopilación de cinco casos independientes entre sí que se abre con el que da título al libro. En él, los operarios del cementerio se encuentran con una desagradable sorpresa cuando van a proceder a la exhumación de los restos de una mujer para trasladarlos a otro lugar: sobre su ataúd aparece el cuerpo de un individuo que parece llevar varios años durmiendo el sueño de los justos en tumba ajena.

Cástor y Pólux nos cuenta la historia de tres amigos, socios en un estudio de diseño y arquitectura y aficionados al alpinismo, que se disponen a emprender una peligrosa escalada cuando reciben una llamada con una buena noticia: su estudio acaba de conseguir un contrato multimillonario con un cliente de primer nivel. Pero la alegría de los tres se ve pronto ensombrecida por un ¿accidente?. 

... y balón al centro supone una especie de intermedio lúdico-jocoso. No encontramos en esta historia ningún crimen más allá del que se produce contra el fútbol, ya que Schiavone se ve obligado a participar en el partido benéfico que todos los años se organiza en Aosta y que enfrenta a la policía con la magistratura. La norma no escrita dice que deben acabar empatados. Así lleva sucediendo desde hace años, pero con nuestro protagonista por medio todo puede suceder.

En Sin paradas intermedias Schiavone debe regresar a Roma para una reunión de la comunidad de vecinos cuando  en el mismo tren en el que se traslada fallece una señora. Todo parece indicar que por causas naturales, pero da la casualidad de que también se ha producido un robo, y eso pone en alerta al subjefe.

El ermitaño es un caso que resuelve Schiavone desde su cama, en la que lo tiene postrado una peliaguda gripe con fiebre de nada menos que 37,3 grados. Desde ahí maneja los hilos (y a sus subalternos) para desentrañar la misteriosa muerte de un antiguo cura que, excomulgado hace años, vivía desde entonces apartado de todo contacto humano en lo alto de la montaña.

Diálogos ágiles, casos ingeniosos y un personaje que deja huella. Eso es lo que encontraremos en un libro que, con menos de 250 páginas, se lee con gusto y facilidad. Si tuviera que quedarme con una historia sería con El ermitaño por su trama y su originalidad, aunque ... y balón al centro se lee con una sonrisa en los labios.

El anillo perdido. Cinco investigaciones de Rocco Schiavone
Antonio Manzini
2018
Editorial Salamandra
Traducción: Irene Oliva Luque


 


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