María Cegarra: la científica de la palabra

María Cegarra (La Unión, 1899 - Murcia, 1993) fue la primera mujer perito químico de España, y conjugó esa faceta profesional con la pasión por la poesía que le inculcó su hermano mayor, Andrés Cegarra, que era escritor y editor. Es él quien introduce la cultura en casa, donde organiza tertulias literarias en las que participan entre otros Carmen Conde y Antonio Oliver, y quien enseña a escribir a la niña María. Éste padecía una enfermedad degenerativa y ese hecho, junto con el gusto que ambos tenían por las letras, provocó que María se sintiera muy unida a él. "Mi hermano estaba enfermo desde los 13 años, con una enfermedad oscura de dolores, que lo fue anquilosando lentamente, de tal forma que cuando llegó a la edad de hombre estaba inmóvil... Escribió varios libros e incluso tuvo una editorial, y luego, cuando quedó imposibilitado de brazos, siguió desarrollando esta labor, nos la dictaba y yo era una de sus amanuenses" Diría más tarde. Esta costumbre de trascribir lo que le dictaba su hermano la empujó a introducirse ella misma en la creación tras el fallecimiento de éste en 1928. De hecho, reconoce que "después de morir Andrés, inmediatamente empecé yo a escribir. Antes no había hecho nada. Es posible que el haber elegido yo este camino de la literatura haya sido por prolongar la memoria de Andrés".

María Cegarra (Foto: Real Academia de la Historia)

En 1932, participa en un evento de Orihuela en honor a Gabriel Miró organizado por la Universidad Popular, en el que conoce a Miguel Hernández, que visitaría a la poetisa tres años más tarde y pasaría unos días en su casa unionense. María quedó fascinada por el oriolano, no tanto en el aspecto físico como en el intelectual. Miguel era ninguneado por poetas como Alberti o García Lorca, que lo veían poco menos que como un desharrapado, pero María Cegarra sí se muestra atenta con él y ambos alcanzan un punto de amistad que no puede llegar a más porque hay muchas cosas que les separan, entre ellas las diferencias de edad (la Cegarra era diez años mayor) y de clase (ella pertenecía a una clase burguesa alejada del estrato social de él) aunque, según se cuenta, Miguel sí llegó a enamorarse de María. Pasados esos días Hernández volvió a Madrid, pero mantuvieron contacto postal durante un tiempo.

María escribe de una forma sencilla y de lo que sabe, sin artificios filosóficos ni intelectuales. Así surge Cristales míos en 1935. Inicialmente no quería publicarlo, en parte porque lo escribió como homenaje íntimo a su hermano y, por otro lado, por su carácter retraído. Son Carmen Conde y Antonio Oliver los que la animan a hacerlo. El libro sorprende por su modernidad y por su utilización del lenguaje. Se apoya en sus conocimientos de química e introduce muchos tecnicismos, algo que estaba en boga en la vanguardia de la época. Por ejemplo, Pedro Salinas causa sensación por entonces porque utiliza el término "teléfono" en un poema.

El mundo en el que ella trabaja se convierte en muchas ocasiones en metáfora de su poesía, y ese es uno de los fuertes de Cristales míos. Siempre se ha dicho que contiene el aire, el mar, el viento, el paisaje dominante de La Unión mezclado con el mundo de la química. Eso crea un ambiente que le da originalidad, como también es original porque contiene poemas en prosa. Juan Ramón Jiménez introduce las bases del poema en prosa en España a partir de Diario de un poeta reciencasado (1917), y son muy pocos los autores que consiguen brillar en ese campo porque el poema en prosa es muy difícil, ya que puede convertirse sólo en prosa al mínimo descuido. La prosa poética debe tener, sobre todo, concisión y precisión, y María lo consigue en este poemario. 

Por mediación de Miguel Hernández, le hace llegar un ejemplar de Cristales míos a Vicente Aleixandre, que le escribiría diciéndole: "La ternura de su libro, como temblor contenido y transparente me llega enseguida y me hace participar de su emoción humana, no por recogida menos visible, con una poesía que siendo muy femenina es muy firme, y a veces casi materna. Por todo él le envío mi enhorabuena, las gracias por su dedicatoria, y con todo, el saludo de su nuevo amigo, Vicente Aleixandre".

Su amistad con la cartagenera Carmen Conde dio lugar a que comenzaran a escribir conjuntamente la obra de teatro Mineros (de la que ya hablamos en otra ocasión), pero María se desentendió pronto del proyecto al no estar de acuerdo con el enfoque que quería darle Conde. Tuvieron que pasar ochenta años para que este libro saliera a la luz. 

Tras la Guerra Civil su faceta profesional y su labor docente la mantienen muy ocupada, pero eso no le impide implicarse también en la vida política y cultural de su localidad, llegando a ser concejala del Ayuntamiento de La Unión y figura relevante en la puesta en marcha del Festival del Cante de las Minas. Durante este tiempo no abandona la poesía y publica Desvaríos y fórmulas (1978) y Cada día conmigo (1986). Fue, además, reconocida como miembro de la Real Academia Alfonso X el Sabio en 1983 y, póstumamente, vio la luz su última obra: Poemas para un silencio.

Una vez escuché a Francisco Javier Díez de Revenga, catedrático de Literatura Española de la Universidad de Murcia, definir a María Cegarra como "científica de la palabra" por la concisión y parsimonia de su lenguaje, y me parece la mejor definición que puede hacerse de su poesía. Por eso he titulado de esa forma este pequeño homenaje a la figura de una mujer adelantada a su tiempo y que honró con su existencia a la poesía, a la ciencia y a su gente.

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