Elegía al guardameta (Miguel Hernández)

A Miguel Hernández le gustaba el fútbol, tanto como para jugar de extremo derecho en La Repartidora, humilde equipo de su Orihuela natal para el que, además, compuso la letra del himno. Y como para dedicarle algún que otro poema a un floreciente sport (como decían entonces) que desplegaba en un rectángulo de unos cuantos metros cuadrados toda la épica de una contienda, dura pero leal, muy apropiada para el lenguaje lírico de la poesía. 

Miguel Hernández

En su Elegía al guardameta narra la muerte de Lolo, portero de Orihuela, que falleció al golpearse con el poste tras una parada. Esto según el magín poético de Miguel, ya que la realidad nos dice que el bueno de Lolo no llegó a morir sino que se hizo una brecha considerable pero ni mucho menos letal. Nada que no pudiera solucionarse con unos cuantos puntos de sutura, vamos. La imaginación del poeta hizo el resto para regalarnos una elegía en la que, "como era propio de su estilo en aquellos años, los versos se convirtieron en adivinanzas y fue traduciendo la realidad a un extremado vocabulario poético", en palabras de Luis García Montero para la revista Líbero. "¿Sabían ustedes que un árbitro es un domador y que su silbato canta como un grillo de plata? ¿Sabían que la hierba de un campo es alpiste para los porteros, esos pájaros voladores, especialista a la hora de tumbarse en el viento?".

Elegía al guardameta

 A Lolo, sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela. 

 Tu grillo, por tus labios promotores,
de plata compostura,
árbitro, domador de jugadores,
director de bravura,
¿no silbará la muerte por ventura?

En el alpiste verde de sosiego,
de tiza galonado,
para siempre quedó fuera del juego
sampedro, el apostado
en su puerta de cáñamo añudado.

Goles para enredar en sí, derrotas,
¿no la mundial moscarda?
que zumba por la punta de las botas,
ante su red aguarda
la portería aún, araña parda.

Entre las trabas que tendió la meta
de una esquina a otra esquina
por su sexo el balón, a su bragueta
asomado, se arruina,
su redondez airosamente orina.

Delación de las faltas, mensajeras
de colores, plurales,
amparador del aire en vivos cueros,
en tu campo, imparciales
agitaron de córner las señales.

Ante tu puerta se formó un tumulto
de breves pantalones
donde bailan los príapos su bulto
sin otros eslabones
que los de sus esclavas relaciones.

Combinada la brisa en su envoltura
bien, y mejor chutada,
la esfera terrenal de su figura
¡cómo! fue interceptada
por lo pez y fugaz de tu estirada.

Te sorprendió el fotógrafo el momento
más bello de tu historia
deportiva, tumbándote en el viento
para evitar victoria,
y un ventalle de palmas te aireó gloria.

Y te quedaste en la fotografía,
a un metro del alpiste,
con tu vida mejor en vilo, en vía
ya de tu muerte triste,
sin coger el balón que ya cogiste.

Fue un plongeón mortal. Con ¡cuánto! tino
y efecto, tu cabeza
dio al poste. Como un sexo femenino,
abrió la ligereza
del golpe una granada de tristeza.

Aplaudieron tu fin por tu jugada.
Tu gorra, sin visera,
de tu manida testa fue lanzada,
como oreja tercera,
al área que a tus pasos fue frontera.

Te arrancaron, cogido por la punta,
el cabello del guante,
si inofensiva garra, ya difunta,
zarpa que a lo elegante
corroboraba tu actitud rampante.

¡Ay fiera!, en tu jaulón medio de lino,
se eliminó tu vida.
Nunca más, eficaz como un camino,
harás una salida
interrumpiendo el baile apolonida.

Inflamado en amor por los balones,
sin mano que lo imante,
no implicarás su viento a tus riñones,
como un seno ambulante
escapado a los senos de tu amante.

Ya no pones obstáculos de mano
al ímpetu, a la bota
en los que el gol avanza. Pide en vano,
tu equipo en la derrota,
tus bien brincados saques de pelota.

A los penaltys que tan bien parabas
acechando tu acierto,
nadie más que la red le pone trabas,
porque nadie ha cubierto
el sitio, vivo, que has dejado, muerto.

El marcador, al número al contrario,
le acumula en la frente
su sangre negra. Y ve el extraordinario,
el sampedro suplente,
vacío que dejó tu estilo ausente.

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