En la primavera de 1800 y Goya recibió el encargo de pintar un retrato de la familia del rey. El resultado final del cuadro lo conocemos bien: una atípica composición en la que, en lugar de Carlos IV , es la reina el centro de la abigarrada composición. A la derecha está el rey, con la cara y el porte propios del gran e inteligente estadista que era (nótese el sarcasmo), y ataviado con sus mejores galas. Tras él asoman las cabezas de su hermano, el infante Antonio Pascual y su esposa, la infanta María Amalia , a la que Goya pinta de perfil, como en las estelas funerarias romanas porque había fallecido dos años antes. También acompañan al rey, la infanta María Luisa y su esposo, el príncipe Luis de Parma , con su hijo de pocos meses. Al otro lado del ring, un paso por delante de los demás está el heredero al trono, el futuro Fernando VII , otro dechado (o más bien deshecho) de sapiencia y gallardía que, con su traje azul adopta la misma postura que su digno padre, aunque en...
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